En estos días en los que la campaña de Madrid invade toda España y que nuestros políticos andan enfrentándose como si fueran enemigos en combate, más que adversarios de distintas ideologías, amparadas por la democracia, me siento descorazonada al ver la cantidad de fraudes que ... hay dentro y fuera de sus filas. Y me explico. Lejos de adoptar aquella célebre frase de Sócrates de “solo sé que no sé nada”, lo que se lleva en este siglo XXI y en concreto en este año 21, apresurado y pandémico es saberlo todo y demostrárselo a los demás.

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Desde las feministas de nuevo cuño que pretenden descubrirles la pólvora a las que tantos años llevan luchando por la igualdad, hasta los nuevos “escritores”, que utilizan correctores variados o incluso “negros” y hasta dan lecciones de literatura a los de toda la vida, pasando por los que conocen todas las técnicas culinarias y presumen además de su sapiencia en asuntos enológicos, aunque solo cocinen de cuando en cuando, en los fogones de su casa y suelan beber vinos regalados.

Son tantos los que en este mundo de la espuma de las cosas se sienten imbuidos de una extraña magia que les capacita para todo que, de pronto, una se encuentra sola con sus inseguridades, frente a toda esa algarabía que provocan los que se creen altos, guapos, inteligentes, cultos, escritores, cocineros, amantes, amigos y, en definitiva no solo estupendos, sino mejores que los demás. Siempre me aburrió la displicencia intelectual del que no llegó a ser ni siquiera crítico de ese arte que le resultaba imposible crear, pero debo reconocer que me crispa más aún ese “efecto tanque” de cuantos reconvierten un cortísimo bagaje en una formación solidísima con la que epatar al personal, aunque no haya existido jamás.

Aquellos intelectuales pesados que pretendían ser superiores a todos y arrugaban la nariz cuando alguien intentaba puntualizarles el discurso, nos alejaron mucho de la cultura y su efecto sanador, derivado, sobre todo, de abrir la mente de quienes acceden a ella y sentirse sobrecogidos por la maravilla del universo del conocimiento.

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Pero estos estafadores con dos piernas, que se han convertido en paradigmas de la nada, que repiten como papagayos los criterios de otros y que siempre se presentan como “nuevos y distintos” son aún peores, porque ofrecen un universo cultural inexistente o cercenado y es a él al que invitan a los pobres incautos que confían en sus vanas palabras, pronunciadas con osada rotundidad.

Son los nuevos referentes. Y se parecen tanto a nuestros dirigentes políticos -y casi siempre se esfuerzan por estar tan cerca de ellos- que ya no se sabe quiénes son los unos y los otros, pero sí que estamos en manos de impostores, que dicen saberlo todo y que, en realidad, no saben nada...

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