Antes de conseguir su monumental hazaña en China, le preguntaban a Ricky Rubio en una entrevista previa al último encuentro que qué significaba ser un ... líder. Con la misma determinación, corazón y ganas con que se cuela entre los aleros, pívots y el base de las defensas contrarias, Ricky respondió: “El líder es el que responde cuando las cosas van peor. Cuando hay un momento complicado, dentro o fuera de la cancha, el líder es el que sabe qué hacer, qué decir y cómo decirlo. Es el que sabe lo que hace falta y puede darlo. Hay momentos que es una acción y otros que es una palabra... Pero al final es esa gente que responde cuando no quedan energías o no quedan esperanzas”.

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En vez de mirarse tanto al ombligo y al espejo, mientras ensayan una y otra vez sus estereotipados discursos y en vez de tanta fotografía o jubiloso tuit intentando arrimarse oportunistamente a los ganadores, deberían nuestros políticos, de vez en cuando, pasarse por la sección deportiva y escuchar algunas de esas interesantes lecciones que gratuitamente regalan nuestros mejores deportistas. Lo mismo ahí encuentran de pronto alguna clave y algún atisbo de solución para muchos de sus problemas. O mejor dicho, de los nuestros. Me refiero a estos problemas que nos tienen empantanados, cabreados y aburridos a todos por la manifiesta incompetencia de los cuatro líderes de los principales partidos, todos ellos, incluidos los que miran para otro lado como si con ellos no fuera el tema. De sobra sabemos que a día de hoy son ellos, los cuatro líderes, los verdaderos culpables, mucho más que los partidos, completamente subordinados a los humores y mensajes contradictorios, caprichosos y ególatras del jefe supremo.

Escúchenlos. Ninguno parece tener ni puñetera idea de qué hacer, ni de qué decir, ni de cómo decirlo, precisamente en estos momentos que a todos nos fallan las energías y que nos han agotado cualquier esperanza de que la cosa tenga algún arreglo. Unos más que otros, desde luego, pero todos parecen, resignados a la suerte de ejecutar el papel de inútiles, completamente derrotados y manifiestamente incompetentes para el oficio que les hemos elegido, el de la política, que no es otra cosa que sentarse a negociar los acuerdos que nos conduzcan a alguna parte.

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