Estamos en tiempo de COVID-19 y hemos adquirido la costumbre de, cada día, al levantarnos, consultar los datos de nuestro país y también los ... del resto del mundo. Los nuestros de ayer, para iniciar la semana, nos hablaban de rebrotes y contagios, de nuevos aterradores confinamientos en alguna parte de España, que podrán o no producirse, dependiendo de si es constitucional o no y de cierta desesperanza en recuperar de verdad esa vida tan alegre que apenas valorábamos antes de que el virus entrase en nuestras vidas.
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A la espera de saber qué ocurrirá entre nosotros, nos vamos con la música a otra parte y revisamos lo que acontece con este mal del siglo XXI ,que el mundo jamás olvidará. Y nos encontramos con que EEUU, donde su irresponsable presidente, que parecía creerse Superman (hasta ahora, ya se ha empezado a colocar la mascarilla), ha sembrado una peligrosa semilla entre la población respecto a la peligrosidad del virus maldito. Gracias a su prepotente y absurdo discurso, son muchos los jóvenes que se creen tan inmunes a casi todo, como seguros están de que el hombre jamás llegó a pisar la luna. Tanto como para reírse del riesgo y acudir a fiestas para infectarse e inmunizarse, compartiendo risas y alcohol.
Eso fue lo que hizo exactamente, en Texas, un hombre de 30 años que decidió que quería contagiarse cuanto antes para hacerle un corte de mangas a ese ridículo engaño llamado COVID-19. Acudió a una reunión de muchos y volvió con su pretendido regalo, inofensivo a decir de su presidente. Solo que estaba mucho más envenenado de lo que creía y su sistema inmunitario no funcionó como él pensaba que lo haría. Ni la rápida intervención médica consiguió salvarlo y él mismo, antes de morir, reconoció sabiendo que ya era demasiado tarde: “Cometí un error. Pensé que esto era un engaño, pero no lo es”.Me gustaría saber que dijo al respecto Trump.
Sin llegar a la estupidez de estos jóvenes norteamericanos que deciden enfrentarse al COVID-19 tratando de contagiarse (y de su presidente que los alienta), nuestros adolescentes, que también se sienten casi súper héroes frente a cualquier hecatombe, se reúnen a beber y celebrar, sin la intención precisa de llevarse el virus a casa, pero sin miedo a que eso pueda suceder.
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De poco o nada parece servir lo que se les cuenta a diario. Ellos, potenciales contagiadores extremos, no temen a nada, ni siquiera a que su realidad, ahora falsamente amparada en la despreocupación, se vuelva a quedar confinada cuando menos se lo esperen y que, en ella ,ya no estén algunos de sus seres queridos o incluso que ellos mismos no puedan llegar a vivirla.
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