Salvador Illa llegó al Gobierno de España como un allegado. Hacía falta ocupar una de esas sillas impuestas por las cuotas territoriales que tienen los partidos políticos cuando llegan al poder. Illa era amigo de Iceta y había hecho buenas migas con Ábalos, en la ... negociación con los independentistas catalanes para conseguir la investidura de Sánchez. Y esa fue su tarjeta de embarque para coger el puente aéreo y sentarse a la mesa del Consejo de Ministros, en calidad de allegado y de parte del PSC.

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Ahora, once meses después, el ministro tira del término como si fuera el comodín del público de un concursante de la televisión. Ante la pregunta de qué puede usted hacer o no en Navidad, la respuesta está clara si atiende a la retórica del filósofo que ocupa la cartera de Sanidad. Los Illa-llegados son el salvoconducto para que haga usted lo que le dé la gana mientras no se junten once personas o más, en la misma casa. Invite a quien quiera y si a su invitado le paran en la carretera, que diga que tiene derecho a cruzar las comunidades que le vengan bien, porque tiene en otra región “una relación afectiva, que no cae en una definición clásica de la familia”.

Es lo que ha dicho el ministro en una de sus esperpénticas justificaciones del término. Y es también lo que se suele decidir cuando no se quieren tomar decisiones concretas.

Sin embargo, lo grotesco de la situación esconde toda una estrategia política. La figura no puede ser más confusa, pero la táctica está muy clara. Consiste en derivar la responsabilidad a las personas y la gestión a las comunidades autónomas. A día de hoy sigo sin entender cómo las regiones asumen sin rebelarse todos los problemas, mientras el Ejecutivo solo se apunta a las soluciones.

Sánchez y su allegado Illa llevan meses haciendo lo mismo. Moncloa solo está para centralizar el reparto de fondos europeos, las ayudas, los ERTES y las vacunas. Para todas esas cuestiones sí hay un plan nacional y fotos. El resto; las restricciones, el cierre de la hostelería, el de los comercios, los aforos o los horarios son cosa de las comunidades autónomas. El Gobierno solo está para dar buenas noticias y las regiones se quedan con las malas. Así se desvía el coste político de la pandemia.

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Y así estamos a las puertas de la Navidad. Con una figura insólita en Europa que es imposible de traducir también aquí en España. Otra vez, en manos de la responsabilidad individual de cada uno, o de las nuevas limitaciones de las Autonomías.

Porque si atendemos a Illa, las carreteras se podrían llenar de “relaciones afectivas” y las casas de conocidos que encajan en el término del ministro. Imagine que esta Nochebuena se multiplica por millones esa insólita escena en la que alguien abre la puerta y le dice a la familia: “Por fin, ha llegado el allegado”.

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