Mientras escucho en la radio al concejal de turismo quejarse de que el miedo al virus está matando la gallina de los huevos de oro ... por las distintas medidas restrictivas adoptadas por Gobierno y Comunidad (el oro, al parecer, serían los huevos que el turista pone en nuestras cajas registradoras), oigo aullar, ahí abajo, la atronadora sirena de una ambulancia.
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Apago la cháchara del señor concejal que continúa asegurando que la mayor parte de sus colegas en el ayuntamiento piensan lo mismo que él pero que no se atreven a decirlo en público. Más que seguir sus absurdos razonamientos, me pregunto quién de nuestros vecinos irá en esa ambulancia y si el virus le sorprendió en la oficina o en el autobús, abrazando a un familiar o tomándose un café con los amigos, conversando mientras fumaba en el portal o haciendo las compras en un supermercado.
El ruido de la sirena se apaga a lo lejos. En mi cabeza, sin embargo, siguen las indiscretas e incómodas preguntas como arenilla en los zapatos: ¿Qué sentiría al comprobar que el virus no era un problema hasta cierto punto lejano que afectaba a los demás, sino que acababa de instalarse en su cuerpo? ¿Qué pensaría cuando esos síntomas comenzaron a agravarse hasta hacerse necesario el ingreso? ¿Se encontraría en esos momentos solo o acompañado de algún familiar? En este último caso, ¿se despidió de ellos? Por cierto, ¿qué edad tendrá? ¿sufrirá alguna otra enfermedad que pudiera suponer un riesgo añadido?
Vuelvo a encender la radio. Un médico, de los que trabajan cada día no desde un confortable despacho municipal sino desde primera fila luchando por salvar vidas y que por tanto conoce de un modo más realista la situación, habla de las pocas lecciones que hemos asimilado de los momentos más dramáticos de la pasada primavera, cuando se colapsaron nuestros hospitales. “No estamos siendo muy conscientes de lo que se viene -advierte- y atravesamos un momento crítico. Hagamos todo lo posible por no contagiarnos ni nosotros, ni a los demás. El riesgo ahora es enorme. Eviten los lugares cerrados y los contactos innecesarios. Hay muchas vidas en juego”.
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Mis pensamientos regresan al vecino de la ambulancia. ¿Qué pensará este paciente de esos huevos de oro que no está poniendo la gallina?
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