Ahora hay un día internacional para casi todo, eso es cierto. Hay tal abundancia de jornadas globales, que los días importantes de verdad pierden el impacto que deberían tener. Pero una cosa es no celebrarlos y otra muy distinta es deshonrarlos. Y eso es exactamente ... lo que ha conseguido esta semana la Universidad del País Vasco. La institución académica ha decidido ceder sus instalaciones para que un terrorista diera una charla sobre esos derechos que él mismo se encargó de violar. ¡Así de grave y así de hiriente! Las aulas de una institución pública que deberían reservarse para el pensamiento y la razón, son entregadas para que un descerebrado insulte a la inteligencia y denigre la dignidad de las víctimas del terrorismo. ¡Tremendo!, ¿verdad?
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Deben estar orgullosos los dirigentes de la Universidad de tamaña lapidación de la ética y el juicio. El olvido es también una forma de complicidad. Deberían haber recordado, la rectora y su equipo de gobierno, que uno de la banda del tal Abetxuko activó allí mismo, en su campus universitario, un coche bomba que mató a Fernando Buesa y a su escolta. Tampoco hace falta caminar mucho, para ver el monolito que recuerda un atentado que hizo temblar los muros de su Universidad. Claro que por aquel entonces, también allí, había profesores que regaban de títulos académicos las celdas de los presos de la banda, sin necesidad de cursar las asignaturas.
Por eso no es de extrañar que hubiera auditorio en la charla, incluso gente de pie. Obviamente nadie preguntó. Nadie quiso saber nada del pasado criminal del tal López de Abetxuko, del que por cierto nunca se ha arrepentido. Del asesinato del jefe de la Policía Local de Vitoria y del del jefe de la policía foral alavesa, ni una palabra. Pero sí se atrevió el terrorista a hablar del miedo. Dijo que lo había pasado cuando se había visto solo y enfermo en la soledad del chabolo -la celda-. La verdad es que a mí no me extraña que lo haya tenido, aunque el miedo sea también un sentimiento humano. Debe ser terrible mirarse al espejo y ver a alguien como él. Un sujeto que ha malgastado su vida quitándosela a otros.
A mí los que me dan miedo son los que les ceden un espacio a este tipo de individuos. La batalla del relato es la única que les queda, pero también es esencial para ellos. Intentan blanquear su pasado bañado de sangre, borrar las huellas del terror y hacer desaparecer a las víctimas. Y para conseguirlo necesitan cómplices y armas. Y ahí es donde han vuelto a encontrar a la Universidad del País Vasco, que les cede sin rubor la sala y el altavoz para que reivindique sus derechos este grupo de inhumanos.
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