Lo tiene advertido Juan del Enzina: “Hoy comamos y bebamos, y cantemos y holguemos, que mañana ayunaremos”. Mañana ya es hoy, Miércoles de Ceniza. ... Se acabó honrar a San Antruejo corriendo delante de los toros, bailando y comiendo farinato como si no hubiera un mañana, porque el mañana ya está aquí. Pasaron los “cenizos” y hoy toca quemar la gargantilla de San Blas y que sus cenizas nos recuerden que somos polvo. Toca también limpiar bien los cacharros que en su momento albergaron carne, algo así como purificarlos, como se recuerda en el “Libro del Buen Amor”, sin dejar nada contaminado por la carne y mucho menos por el tocino. Presumamos de nuestra relación con el libro de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, porque uno de sus manuscritos está vinculado al Colegio Mayor de San Bartolomé, lo que llamamos “Anaya”, que probablemente fue donado por Pedro de Anaya. El manuscrito fue expoliado y estuvo en el Palacio Real desde 1803 a 1954, cuando el honoris causa a Franco facilita su regreso. Anda entre sus tintas Alonso de Paradinas, arcediano de Alba, que también lo hace tras el nombre de “Arcediano”, que lleva el nombre de la calle que nos conduce al Huerto de Calixto y Melibea.

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Toca echar el cierre a la Casa de la Mancebía, cuyas pupilas, por ordenanza, tenían prohibido el ejercer desde este Miércoles de Corvillo, durante cuarenta días y cuarenta noches. Quizás se queden en la Casa o vayan a un retiro, donde les meterán el miedo en el cuerpo con sermones de aparato para que se aparten del mal. Antes del volver al oficio escucharán misa en la Catedral pasando las aguas del Tormes por el Puente Romano. El “di di passar las aguas”, que dijo Girolamo de Sommaia en su diario estudiantil. Sobre esto, parece mentira, hay muchas zonas oscuras. Hace unos días se cumplieron seiscientos años del cierre definitivo de la Casa de la Mancebía, aunque todos sabemos que haberlas haylas. Una pena que nuestros guías de turismo, que ayer celebraron su día internacional, no puedan pastorear a los turistas a los restos de aquella casa que tanta fama nos dio, como siglos más tarde el Barrio Chino.

Toca llenar la despensa de escabeche y bacalao en salazón, o “momificado”, como decía el periodista Julio Camba. Los escabeches de chicharros o truchas son de este tiempo, pero también ese bacalao que ilustra los potajes o se sirven con tomate y patatas. Hay cocidos sin carne, que se llaman cocidos viudos, pero qué se yo. No puedo con ellos. La cocina de cuaresma con sus huevos rebozados, sus patatas a la importancia, sus potajes, escabeches y bacalaos es una maravilla y sanísima. Y si uno se queda con hambre, sabe que puede rellenar el hueco con chocolate y bollo maimón. O torrijas. Que lo permite la Santa Madre Iglesia, como le permite a los de la costa hacer cuaresma con langostas, bogavantes, centollas o formidables merluzas y rapes. Tengo recetarios de cuaresma que lo atestiguan. Comamos, bebamos, pero conforme a las normas. Y si eso mañana, ayunaremos. Pero mañana, cuando hayan pasado estos cuarenta días con sus cuarenta noches, será el tiempo de los hornazos y esto, oiga, son palabras mayores y escritas con mayúsculas.

El caso es que es Miércoles de Ceniza al que llegamos aterrorizados por un cenizo que se llama Putin, que está masacrando a los ucranianos y a sus propios compatriotas. En el “Tormes” se ha abierto una exposición fotográfica que recuerda el año de guerra en Ucrania, aunque el mejor recuerdo es el de refugiados de aquel conflicto que viven con nosotros. No quiero señalar a nadie, pero vivimos rodeados de agoreros y cenizos, gente que arrastra el mal fario, que suelta donde le parece. Un asco. Están por todas partes. Y hasta que la ciencia no encuentre remedio es preciso huir de ellos como de la peste. Quemarlos en la hoguera, como a la sardina, que es la cerdina, dice mi amiga y sabia Rosa Lorenzo, que es lo lógico, aunque por aquí la sardina se estila poco porque no es temporada. De momento vamos con los potajes, que con el frío que viene encajan perfectamente.

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