La historia de Manuela Chavero, sobre la que ayer este mismo periódico recogía las últimas informaciones, es pavorosa por todos sus detalles, pero más aún ... por la sensación de indefensión que provoca. Ese pensar que, tal vez, el inocuo vecino de al lado, algo pesado y un poco rarito (o por el contrario encantador y sin ninguna rasgo chocante) podría ser un malvado criminal. Eugenio D.H. de 28 años -nunca entenderé por qué se protege la identidad de los presuntos asesinos y no de las víctimas-, el único detenido por la desaparición de Manuela, no solo confesó su crimen sino que llevó a los agentes de distintos cuerpos hasta una finca de su propiedad, a unos 4 kilómetros de Monesterio -el pueblo de Badajoz donde mataron a Manuela-, en la que aparecieron unos restos óseos que se están identificando. Obviamente, el supuesto malo se curó en salud alegando que la fallecida murió por accidente, en su vivienda, a donde ella misma quiso ir, tras resbalarse. Es algo casi imposible de creer, habida cuenta de que todo indica que la finada abandonó su domicilio por sorpresa, dejando la luz encendida, la televisión en funcionamiento...

Publicidad

El chaval, al que la muerta le doblaba la edad, y que estaba obsesionado con ella, según cuenta su hermana, tenía unos antecedentes tan poco peligrosos como el robo de señales de tráfico para ponerlas en sus fincas. Tales señas de identidad, sumadas a que era un joven introvertido, con pocos amigos, aficionado a los caballos, seguidor del Barça e hijo de padres separados le convierten en... un chico normal. Los ha habido a millones a lo largo de la historia obnubilados con mujeres mayores o de su edad. La introversión o el gusto por los equinos tampoco se puede señalar como una perversión. Que sea hijo de padres separados, ya ven, uno de tantos y tantos. Y lo de las señales... pues bueno, no está bien. Es un delito contra el patrimonio; pero compárenlo con los de otros que hasta tienen cargo institucional. En fin, que el tal Eugenio es un chaval normal, como lo pueden ser los muchos que nos rodean a todos. Y sin embargo, muy posiblemente, un asesino, que mató a Manuela por lo que la razón que fuera, que nunca serviría de justificación. “Un asesino es cualquiera de nosotros, justo antes de cometer un asesinato”, dijo Simenon. Y resulta muy inquietante pensarlo. Porque implica que, dependiendo de la circunstancias, es posible que cualquiera pueda matar. Y también que los asesinos, no solo no tienen cara de serlo ni necesariamente modos de comportamiento que los delaten sino que, a veces hasta juraríamos que justo esos hombres y mujeres es imposible que lo sean.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad