Había una estupenda biblioteca en el colegio de curas donde estudié de pequeño en Ciudad Rodrigo. Naturalmente, existiendo también en el mismo un patio con ... una cancha de baloncesto y un par de porterías para jugar al balonmano y sobre todo al fútbol, aquella biblioteca solía permanecer vacía.
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Un día, a uno de aquellos benditos curas que pastoreaban el indisciplinado rebaño se le ocurrió decir que aunque la biblioteca estaba siempre y permanente abierta a la hora de los recreos, no era demasiado aconsejable que subiéramos a la misma por evitar caer en la tentación. A continuación, nos informaba en voz baja que había llegado por aquellas fechas a la misma una famosa colección literaria de la época, obviamente adquirida por algún error, especializada en publicar a autores que aunque fueran muy prestigiosos resultaban especialmente despreciables por sus escritos obscenos, procaces, indecentes.
En consecuencia, quedaba prohibido leer cualquiera de aquellos libros, aunque por supuesto podríamos subir excepcionalmente a la biblioteca en lugar de bajar al patio si el día resultaba especialmente frío o lluvioso. El caso es que al día siguiente y aunque brillaba un sol estupendo, el patio del colegio se quedó medio vacío y casi todos estábamos en la biblioteca peleándonos por ser los primeros en leer aquellos libros tan perversos, aunque en realidad al final no encontrásemos en ellos ni media guarrada que paladear.
En realidad, eran libros de escritores tan maravillosos y recomendables para todos como pudieran ser Miguel Delibes, Cela, Valle Inclán, Cervantes, Pío Baroja, García Lorca, Machado o Pablo Neruda, libros que personalmente y desde aquel día se convirtieron en una de las mayores fuentes de placer que he encontrado en la vida.
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No creo que los actuales censores que por doquier están surgiendo por todas partes prohibiendo el disfrute de algunas obras maestras de la literatura, el cine o la música, tengan la misma intención de aquel admirable cura que en nuestra primera adolescencia nos contagió de aquella manera tan particular el amor por la literatura, pero ojalá que los efectos puedan ser los mismos. Yo, de momento, me asomé ayer noche a la habitación de mi hija y le he colocado junto al ordenador una lista de libros, películas y canciones que a partir de ahora tiene terminantemente prohibidos.
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