En situaciones extremas, y ésta es la más extrema que hemos vivido en mis cuarenta años, tenemos claro que nos radicalizamos. Que algunos tratamos de ... dar lo mejor de nosotros mismo y a otros se les llena la boca de hiel y la van despilfarrando en cuanto se les da la oportunidad.
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Soy de los afortunados que tengo perro. Y cuando digo de los afortunados, no me refiero al hecho de poder salir a la calle, que es lo que piensan muchos, me refiero a la compañía que me hace en estos días. Pero, por otro lado, soy de los que sufren la “policía de balcón”, los que son observados por los “balconazis”, a los que han insultado a gritos e increpado desde lo alto. Vete a casa que no es justo que tú estés en la calle y yo encerrada. Ya, señora, tampoco es justo que usted esté con su marido e hijos, y yo tenga que pasar estos días solo. Porque nadie ha hablado de eso, nadie se ha parado a pensar lo mala que es la soledad en esta época. Porque la soledad no se cura con video llamadas, no se cura con whatsapp, ni con conciertos en Youtube. La soledad se te va metiendo dentro y se enquista de la peor manera. Y no, no es justo.
Mención aparte merecen los policías que me cruzo por la calle. Hay de todo, como en botica (bueno, de todo menos guantes y mascarillas). Hay Policías, y policías, y lo pongo así porque los hay que hacen honor a su nombre, y los hay que no hacen más que crispar aún más a la gente. Vale, los segundos son minoría, pero los hay, vaya que si los hay. Los llamados “tiraplacas”, esos que se bajan del coche con las manos en las cartucheras, esos que se sienten erróneamente empoderados, son esos los que dejan en muy mal lugar a sus compañeros y, sin duda, el Ayuntamiento, o a quien competa en cada caso, debería tener muy vigilados.
Pero quedémonos con lo positivo, con lo bueno, con lo que vale la pena. Me quedo con los vecinos de mi calle que han lanzado cuerdas de lado a lado, de balcón a balcón, para decorar la calle con guirnaldas caseras, para que los niños lo vean más colorido y tengan algo que hacer durante el día. Me quedo con los cinco minutos en los que puedo hablar, en voz más alta de la habitual por la distancia, con los otros dueños de perros. Me quedo con las llamadas porque sí de gente que hace tiempo que no sabía de ellos.
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