En una lengua como la nuestra, que tanto sabe de jerigonzas informales y de maquillajes verbales, de ambigüedades, eufemismos y retóricas hueras, de destemples e ... improperios, de correcciones políticas niveladoras tan fútiles como insustanciales, lo menos a lo que podemos aspirar quienes la usamos -culpables también de no pocos maltratos- es hacer todo lo posible por acudir al venablo certero, directo y sin ambages, a tirar por medio sin paños calientes a la hora de pronunciarnos sobre cualquier asunto. Lo cual no impide, llegado el caso, adobar el texto con un cierto grado de ironía, humor (si la ocasión lo requiere), algún grado de retranca de lugareño, libre de cerrojos, aldabas y cortapisas. Sabemos que las palabras tienen mil caras y otras tantas puertas por las que pueden transitar la verdad y la mentira, la ofensa y el halago, la sinceridad y la hipocresía. Como sostenía Hawthorne en 1841, las palabras, tan inocentes, cándidas y neutras cuando aparecen inertes en los diccionarios, se transforman, para bien o para mal, en armas poderosas si se combinan con destreza, destreza de la que no suelen hacer gala la mayoría de nuestros políticos.

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Bueno sería que ellos y los legisladores en general, en vez de leer tanto el BOE, leyeran poesía antes de dormir. Tal vez así evitarían insomnios y pesadillas, y de este modo no nos trasladarían a los ciudadanos sus sobresaltos. Porque hay que ver cuántos bandazos han dado los gobernantes con la dichosa covid-19 a lo largo de la pandemia. Momentos hubo en los que parecía que estábamos en la España “vacilada”, porque no dejaban de vacilarnos y tomarnos el pelo con informaciones, argumentos y contraargumentos en permanente mutación (como las cepas del bicho). A la ceremonia de la confusión han contribuido en cierta medida esos encopetados tertulianos sabelotodo que pululan por los distintos “opinódromos” tanto radio-televisivos como en la prensa escrita; y no han faltado los avinagrados dispensadores de patochadas que van por libre. Menos mal que las aportaciones de los científicos han ido poniendo las cosas en su sitio -nunca agradeceremos bastante la investigación en las vacunas-, porque en esto, como en todo, unos cantan misa y otros simplemente la tararean.

Si como nos recuerda el clásico, al final bien está lo que bien acaba, el espíritu cristiano nos pide ser indulgentes y no vengativos. Reconozcamos que ante situaciones tan novedosas y cambiantes hubo que improvisar (acaso más de la cuenta) y, a base de tropezones, aciertos, errores y no pocos engaños, hemos ido saliendo de lo más duro del recorrido pandémico, aunque muchos miles de compatriotas se hayan quedado en el camino. Un poeta oriental dijo que “con vino y alegres compañías, retorna la estación de las rosas”. Y con las vacunas.

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