Como los lectores de LA GACETA habrán podido comprobar, llevo una década compartiendo página dominical de opinión con Joaquín Leguina. No sé si él me ... lee a mí, pero yo sí suelo leerle a él. Coincidimos tan solo en una ocasión con motivo de un acto protocolario en la embajada británica hace ya unos años y apenas cruzamos las típicas palabras de saludo. Me pareció un tipo correcto, afable, de los que saben estar. Y saber estar es una de las cosas que considero prioritarias en el comportamiento de cualquier figura política que se precie. Aparte de eso, no tuve la oportunidad de comprobar ni sus dotes de conversador ni el sentido del humor que a veces trasluce en sus escritos. Perdidos entre el hervidero de asistentes al acto y el correspondiente cóctel posterior, no volví a ver su cara. Ahora me encuentro a Leguina retratado en todos los periódicos por mor de la expulsión del partido en el que siempre militó y al que sirvió desde diversos cargos, no siendo el menor la presidencia de la Comunidad de Madrid durante tres legislaturas. A juzgar por las manifestaciones de adhesión que se están sucediendo, me da la impresión de que a lo largo de su trayectoria política ha cosechado innumerables simpatías. Muchas más, desde luego, de las que goza el jerifalte a quien debe la defenestración. El sambenito de la herejía lo comparte Joaquín Leguina con otro correligionario de ilustres apellidos en la historia del mismo partido: Redondo Terreros. Pero a este lo han indultado antes de llegar a la pira no por haberse retractado, sino porque sufrió las mil y una adversidades viviendo en esa región de España donde la gente de gatillo fácil y bomba bajo el brazo mataba a diestro y siniestro. El de Redondo es una especie de perdón por los servicios prestados y por los riesgos asumidos entre la barbarie y el sinsentido. Ahora ETA ya no existe, dicen los crédulos. Ahora ya no asesina, matizan los escépticos, que no es lo mismo. Siguiendo las muchas entrevistas que Leguina ha concedido, veo que sigue haciendo alarde de sentido común y hasta de un fino atisbo de ironía. Lo que se evidencia es que el tan cacareado mito de la libertad de expresión en los partidos no aparece ni por ensalmo. En ninguno, me temo. Y mucho menos en el suyo, si bien, como a Joaquín le oí decir, una cosa es el PSOE y otra muy distinta el partido de un tal Sánchez, en el que más allá de la ideología lo que prima es el poder sin más. Como estamos a punto de concluir el año de Nebrija, me permito aportar una cita extraída del Exordio al poema In Ianum, de Pedro M. de Anglería, aplicable a Leguina en las presentes circunstancias: “El frío de Capricornio, los días Saturnales... te obligan a habitar en las tétricas cavernas escondiendo la cabeza y a llevar negras vestiduras y sombríos duelos”. Feliz Navidad.
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