Las fiestas de verano se inventaron para celebrar el final de la cosecha, la recolección, y la llegada de los emigrantes hijos del pueblo. La ... cosecha de este año, dice la gente de la tierra, es buena, muy buena, y la venida de familiares a los pueblos se espera notable por las circunstancias, según los alcaldes afectados. Pero aquí estamos, compuestos y sin fiestas, como ha anunciado Francisco Igea, en su papel de médico que retira al paciente todo lo bueno con el afán de que vivamos muchos años o de que la vida se nos haga casi eterna, como la de Matusalén. Una situación para ser recogida por Juan Francisco Blanco, director del Instituto de las Identidades, que estrena sede fuera del estado de alarma.

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De momento, no hay hoguera de San Juan, como la del Zurguén, con todo lo que me gustaría echarle este año para que ardiese toda la madrugada en su fuego mágico. El día del Carmen ha sido elegido para el acto de Estado de homenaje a las víctimas, con los mandamases de la Unión Europea en Madrid, Merkel o Macron, entre ellos, pero, supongo que al ser pocos podrá hacerse la procesión marinera y fluvial en Alba. Santiago, este verano, quedará tan descafeinado en Santiago de la Puebla o Mozárbez, como Santa Ana en Candelario, aunque podremos ver en Fuenterroble el prodigio luminoso de su altar, bajo el oficio de Blas Rodríguez, y quizá algún festejo taurino en la villa choricera. De las fiestas santamartinas, nada, como del sinfín de celebraciones en la Sierra de Francia, coronadas por el Diagosto albercano y su Loa, que este año quizá se haga a puerta cerrada, aforo reducido o virtualmente. Olvídese de los festejos del 15 de agosto en Carbajosa, Guijuelo, Lumbrales... de bailar a San Roque, al menos multitudinariamente, como manda la liturgia, o de correr delante de los toros en los celebrados encierros, ni de acudir a las concurridas verbenas peñarandinas, ni a los conciertos placeros salmantinos o bejaranos, cuando llegue septiembre. Tengo serias dudas sobre el futuro del sector de la paella popular, tan dependiente de las fiestas, en el que no cabe lo virtual. Todo tendrá que acomodarse a la nueva normalidad determinada por mascarillas, higiene y distancia social, que da lugar a los aforos. Sobrevivirán las misas patronales, pero no las procesiones ni las romerías, que irán por dentro, como fueron las procesiones en Semana Santa, cuando todo esto se veía venir.

Un paisaje que coincide hoy con el Día de la Música. Cabrerizos prepara el primer concierto público de la nueva normalidad con la presencia del pianista Alberto Rosado, una novedad al empacho de música virtual. La apertura de las Úrsulas y otros espacios debería ir acompañada de música, como la inauguración, cuando llegue, de la vía verde/Ruta de la Plata urbana. De la panza sale la danza, es decir, sin comida ni música no hay fiesta, así que con estas máximas deberán componérselas nuestros alcaldes este verano, hablando, eso sí, con la oposición. Como Alfonso Fernández Mañueco, que esta semana ha sido alineado en ese bando que no sigue demasiado a Casado, que aparece cuestionado por las encuestas, y ha puesto a la Comunidad en el mapa de lo ejemplar. No le acompaña la música a Casado, pero estamos hablando de esas nuevas fiestas que marcarán el verano y nuestras vidas, y que en muchos casos se quedarán en casa. Fiestas domésticas –con paella en casa—y domingos, como este, para ejercer de domingueros. Así hemos salido del estado de alarma y entrado en una nueva realidad, sin fiestas y sin música presencial.

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