Ante la imposibilidad del fútbol presente al que entre otras muchas cosas nos tiene castigado el dichoso virus, nuestras televisiones han tenido la ocurrencia de ... rescatar de sus videotecas viejos y míticos encuentros con los que buenamente trata de curarnos la nostalgia del balón, intentando refrescarnos goles y jugadas añejas y legendarias que guardamos en el almacén de nuestra memoria de malheridos aficionados, a veces un poco idealizadas.

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Son batallas deportivas de imágenes borrosas a las que nos asomamos sin emoción alguna y donde vemos rejuvenecer a las actuales plantillas y hasta recuperamos a otros viejos héroes ya retirados en virtud de esa fecha temprana de caducidad que llevan pegada en el culo todos los deportistas de élite. Pero junto a ellos, y es lo que les quería comentar, también podemos comprobar que los que peor envejecen no son los futbolistas, sino esos otros personajes eminentes y poderosos de protocolaria corbata que sonríen encaramados en la zona noble de los palcos. Échenles una ojeada.

Queda constatado, por ejemplo, en el extraordinario partido de la Copa del Rey de la temporada 2010-11, final celebrada en el Mestalla valenciano y en el que se enfrentaron aquel Barça de Guardiola tan sobrevalorado y aquel Madrid de Mourinho, tan menospreciado, encuentro que llegó a la prórroga sin goles y que finalmente se llevarían los madridistas tras un portentoso remate de cabeza de Cristiano a centro del argentino Ángel Di María desde la banda izquierda.

Terminado el encuentro, las cámaras siguen el itinerario de los campeones hacia el palco para recoger su trofeo y con lo que allí tropiezan es con la más pintoresca fauna de prohombres todos caídos en desgracia ante su predisposición a cometer los más dispares delitos casi siempre relacionados con la indignidad de la avaricia, la corrupción y la sustracción de bienes ajenos. Observen la peculiar plantilla que se agolpa en primerísima fila, todos contagiados del mismo mal: Ángel María Villar, Sandro Rosell, Artur Mas, Ruiz-Gallardón, Rita Barberá, el Rey emérito Juan Carlos I. Asómense luego a posiciones de retaguardia y verán también a todos aquellos distinguidos personajes que manejaban el cotarro del gobierno valenciano, otra caterva de ilustres que con el tiempo irían pasando uno a uno por el banquillo de las salas judiciales para intentar aclarar lo suyo. Malditas videotecas.

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