La exposición sobre la “Memoria Recobrada” que, patrocinada por Iberdrola tuvo lugar en Nueva Orleans, en la que se reivindica el papel de España en ... la lucha por la independencia de los Estados Unidos, me lleva a considerar otros aspectos de la presencia española a medida que el país se iba consolidando. Muchas han sido las diásporas de españoles que a finales del XIX y principios del XX contribuyeron a la forja de la gran nación norteamericana. Pero hubo otras gestas anteriores.
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Aventureros, tramperos y otros avezados pioneros recorrieron parajes, descubrieron paisajes y dejaron el sello inconfundible de lo español en sus andanzas por desiertos, praderas y bosques. Idaho, Wyoming, Utah, Colorado o Missouri fueron escenarios de las montaraces partidas de cazadores y tramperos –los “Mountain Men”— que, entre otras cosas, dieron por primera vez noticia de las maravillas que la naturaleza atesoraba en el Parque de Yellowstone, por ejemplo, con su famoso géiser Old Faithful, probablemente el más fotografiado y visitado del mundo. Pues bien, en 1833, un grupo de cuarenta tramperos, comandados por un tal Manuel Álvarez, dejó su huella en esas tierras.
Este mismo personaje, que llegaría a ser cónsul de Estados Unidos, se percató de los nuevos mercados ganaderos que se abrían en California a partir de 1849. Las explotaciones mineras atraían a un ingente número de ansiosos de fortuna cuyas bocas había que alimentar. De ahí que, siguiendo los esquemas de la ancestral trashumancia que Manuel había mamado en su pueblo de las montañas del norte de León, considerara la posibilidad de trasladar rebaños, empezando con seis mil ovejas, desde Santa Fe hasta Los Ángeles, siguiendo la antigua Ruta de los Españoles que atravesaba las montañas de Colorado, llegaba a Utah y seguía en dirección suroeste hasta entrar en California. Las perspectivas del negocio fueron tan atractivas, dada la demanda en un territorio en el que el dinero corría con facilidad, que muy pronto se organizó una nueva entrega de cinco mil cabezas de ovino. El viaje finalizó con éxito en San Francisco.
La siguiente “carnerada”, pues así era como se denominaban a esos traslados masivos de ovino, consistió en 16.000 ejemplares que se unirían a los de otros grandes ganaderos hasta contabilizar un total de 50.000 ovejas churras –las merinas eran más delicadas y no se adaptaron bien a los pastizales semiáridos--. En la empresa participaron ovejeros coyunturales, como el famoso Christopher (Kit) Carson, que en agosto de 1854 llegó a Sacramento con su propia expedición. Al cabo, la fiebre del oro cesó y las carneradas también. Pero quedó su indeleble impronta ganadera en las llanuras de Nuevo México. Otra aportación española menos conocida y acaso poco relevante, pero que merece ser recordada.
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