No es solo por los veintitantos meses de pandemia que, además de estar haciéndose larguísimos, han mermado la venerable presencia de los patriarcas del sentir ... popular. No es solo por temer que la Salamanca rural pierda las tradiciones profanas y religiosas de tiempos de reverencia, que los más derrotistas llaman ‘ya idos’. No es solo por paliar el aburrimiento, por animar un poco el cotarro o, sencillamente, porque ya nos podían las ganas. El caso es que, el pasado miércoles, La Fuente de San Esteban se puso la peineta y la mantilla y se fue de fiesta a la iglesia, para cantarle Las Candelas a su Virgen: «Retírense las señoras/ y dejen el paso franco/ que la virgen va a ofrecer/ con su santo niño en brazos. / Día de la Candelaria/ el segundo de febrero/ salió a misa de parida/ María Madre del Verbo».
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Hubo poco tiempo para prepararlo todo, pero, aun así, poco más de cinco días bastaron, para que los dos niños de ocho años (José Amable y Daniel Prieto) pudieran replicar a dos de las voces adultas del pueblo, más reconocidas en estas lides (Manolo y Javi Canela). ¡Cuánto pulmón y sentimiento! El templo estuvo derrochón de gentes y jóvenes mamás con niños. Los nacidos en 2020 y 2021. Un futuro que bien merece bendecirse porque ellos serán los que tengan que hablar, dentro de un tiempo, de lo que somos y representamos en la tradición popular salmantina. Vivir una nueva era no obliga a expatriar el alma de sus auxilios espirituales y sus liras. Entre otras cosas porque la globalización es tendente a echar raseros sobre el folclore y costumbres populares, para atomizarlos con modas e inventos de ‘quita y pon’. Precisamente cuando de lo que debemos vivir y con lo que debemos diferenciarnos de los otros, es con lo más nuestro.
Hasta una de las glorias más insignes salmantinas como fue el maestro Bretón, llegó a asombrarse públicamente de la prodigalidad en canto y música que tenían nuestros pueblos y campos. De haber oído a José Amable y a Daniel, desgañitándose con su voz aún de flauta, se los hubiera comido a besos. De haber venido a La Fuente de San Esteban, abría sacado al pueblo en andas. Nos podían las ganas. Estamos hartos de estar azorrados en casa, atentos a si nos viene o no la calentura. Hartos de que nos muerda el dedo un pulsioxímetro para saber si estamos a punto de boquear como los peces. Hartos de ponernos a la cola de antígenos y pece-erres. Y hartos, también, de que los que administran nuestro alrededor nos tengan en jaque con sus grescas y amenazas, como si el infierno estuviera vacío y todos los diablos se hubieran venido aquí (William Shakespeare).
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