Hace unas semanas, en esta misma columna, les traía a todos ustedes la historia de Juan Pich y Pon, alcalde de Barcelona en 1935 y ... famoso por sus meteduras de pata verbales.
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Estoy por pensar que La Casa de la Ciudad de Barcelona está bajo el influjo de algún hechizo, ser maligno o brujería que posee al que se sienta en el sillón del regidor para que actúe de forma extraña, errática e ilógica. Quizás no sea algo inmaterial, puede que aún contaminen el aire los efluvios de Carod-Rovira, el que no se llamaba José Luis. Sea de una forma u otra, y recordando las andanzas de los que pasan por esa alcaldía, coincidirán ustedes conmigo en que no es muy normal lo que por allí se cuece.
El otro día Ada Colau, la Evita Perón de La Boquería barcelonesa, se puso a soltar el moco en plena entrevista obligando a interrumpir la emisión. Mire señora, en política se viene llorado de casa. Esas lágrimas suyas no engañan a nadie cabal. Está visto que los sollozos de Moratinos crearon escuela, pues el de Galapagar se graduó con máster en lamentos y ahora Colau quiere doctorarse en pucheros.
Estamos ante una alcaldesa que no tiene hígados para aguantar los abucheos de los independentistas pero a la que le falta tiempo para, con sus santos bemoles, colgar el lazo amarillo en la fachada del consistorio. Es una déspota que no tiene oídos para escuchar las quejas de los comerciantes que claman porque tienen a la puerta de sus negocios legiones de manteros que les arruinan. Adita tampoco tiene ojos para ver cómo Barcelona ha sido tomada por los delincuentes, y en esta ocasión no me refiero a los del “prosés”. Quizás es que los 100.000 eurazos que se embolsa anualmente —aquellos que prometió rebajarse— no le dejan ver los verdaderos problemas.
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Duerma tranquila, si lo que quería era ganar la inmortalidad pasando a los libros de historia por sus histriónicos actos, a fe que lo ha logrado. Para nuestro pesar jamás olvidaremos su rictus de sonrisa en el homenaje a las víctimas de los atentados de Barcelona. Tampoco olvidaremos el menoscabo que le calzó a las Fuerzas del Estado en el Salón de la Enseñanza —desde aquí le sugiero que cuando tenga algún problema llame a Batman—; o la vez que ordenó retirar el busto del Rey don Juan Carlos; o sus ideas descabelladas como querer legalizar la ocupación de la propiedad privada, el veto al sector hotelero o el esperpéntico y aberrante padrenuestro versión porno que se sacó del (iba a decir otra cosa) sobaco. ¿Tendría el valor de hacer lo mismo con el Salat musulmán?
Podía continuar largo rato relatando sus desmanes pero sería desperdiciar tinta.
Adita, como tronista en Telecinco no tendría precio, pero para nuestro desconsuelo algunos sufrimos por España.
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