No sé si le pasó a usted lo mismo pero en mi caso, cuando el día de Reyes vi a esa turba de extravagantes, frikis o malpensados de corazón, asaltar el Capitolio de los Estados Unidos, no pude por menos de echarle el primer reproche ... a 2021. Mira que vimos cosas increíbles en 2020 y en solo seis días el 21 ya nos enseñaba la patita con escenas que pasarán a la historia como algo que nunca debió ocurrir.
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La revuelta de Washington es el final del trayecto de un populista que ha ocupado durante muchos años el despacho más importante del planeta, sin darse cuenta de que para mandar hay que saber medir los actos y las palabras. Donald Trump ha sido, es y será un irresponsable que ha incendiado ánimos y encendido discursos con el único fin de beneficiarse a sí mismo.
Antes de esta pandemia Vargas Llosa ya definía el populismo como la enfermedad de la democracia. “Son gobernantes que no vacilan en sacrificar el futuro en nombre de un presente efímero”, dice el Nobel en el prólogo del libro, en el que su hijo recopila ensayos sobre el fenómeno. Y así ha sido Trump y así son el resto de líderes que llegan al poder a base de promesas vacías y de programas huecos.
No busque usted la razón ideológica en esto. Los hay de derechas y de izquierdas, racistas, nacionalistas o económicos que prometen pan al más débil. La crisis económica los multiplicó. “Hay que desconfiar siempre del que promete soluciones fáciles a problemas muy complejos”, me decía un día el profesor Carlos Rodríguez Braun. Y esa por desgracia, ha sido la receta que ha calado y hundido durante años a países de América Latina y que luego se ha extendido por todo el mundo. También en Europa se ha instalado con relativa facilidad. Ha llegado a ocupar los gobiernos de Italia, Grecia, Hungría o Polonia y en Reino Unido la enfermedad ha acabado derivando en un Brexit de consecuencias aún por despejar.
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¿Y aquí en España estamos inmunizados? Ni mucho menos. Cataluña padece el fanatismo populista desde hace años. Su Parlament ha llegado a ser sitiado por hordas de exaltados animadas desde los poderes públicos, como ha ocurrido ahora en Estados Unidos. ¿Y hay algún síntoma más al acecho entre nosotros? Desde luego, en los últimos tiempos hemos visto y oído demasiados ataques a las instituciones del Estado. Una parte del Gobierno pone en duda permanente a la Justicia, a la Monarquía, a los bancos, a los medios de comunicación, a los empresarios o incluso a la propia Constitución. Y esos mismos, no hace mucho empujaron a sus seguidores a rodear el Congreso durante una investidura.
El mundo necesita vacunarse también contra el populismo, el virus que ataca a las democracias. Es la pandemia política de nuestro tiempo. Nos lo acaba de enseñar en menos de una semana este 2021... con todo lo que ya habíamos aprendido en el 20.
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