SUELE repetirse mucho estos días cuando se quiere menospreciar la labor de Salvador Illa al frente del Ministerio de Sanidad que no tiene ninguna formación ... académica sobre la materia que nos está instruyendo a diario por mucho que sea licenciado en filosofía y que tenga un máster en economía y otro en dirección de empresas. Y lo cierto es que con independencia de que lo esté haciendo bien, regular o de pena, habrá que reconocer que el detalle no deja de tener su importancia.

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Si en el mundo de la política cotizara un poco la sensatez, lo razonable sería que no solo al frente del Ministerio de Sanidad sino de cualquier otro ministerio, siendo conscientes de que quien lo dirige va a verse obligado a tomar decisiones importantísimas en esa materia, al menos tuviera una mínima idea de lo que se trae entre manos. Claro, Illa no es un caso aislado. Otros ministros del actual gobierno están en el mismo caso. Alguno incluso, a juzgar como se expresa, pareciera que no es que tenga una formación poco acorde con las exigencias del cargo, sino que no ha completado la ESO.

Y por supuesto, no sólo Sánchez parece que ha repartido los ministerios como quien regala papeletas en una tómbola entre los colegas más allegados, afines, admirados o que mejor se portaron con él cuando se discutió su liderazgo. De hecho, los gobiernos dirigidos por el mismo partido que ahora critica a Illa, por su falta de formación en la materia, también colocaron a personas al frente de ciertos ministerios que en sus respectivas carteras tenían el mismo conocimiento que yo en Ingeniería Geomática o Biología Computacional. Cero patatero.

Eso sin entrar en los gobiernos autonómicos (acuérdense de aquella fulgurante carrera de Silvia Clemente y con qué naturalidad pasaba de dirigir la política medioambiental de Castilla y León a la Conserjería de Cultura y Turismo para unas semanas más tarde pontificar sobre la incidencia de la plaga de topillos al frente de la Conserjería de Agricultura y Ganadería). Y no digamos ya en las concejalías de los ayuntamientos que hasta los propios elegidos terminan tronchándose de risa tras la pedrea que a cada cual le ha tocado mientras se toman unos vinitos en la cafetería más cercana para celebrarlo.

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