HAY noticias que asumimos como parte del paisaje de la rutinaria actualidad que encierran más verdad que sesudos análisis de bienpagaos expertos. Una de ellas ... me impactó de lleno en la habitual lectura de la web de este diario. Reflejaba como, en el último año, 33.000 salmantinos dejaron de acudir a su cita con el médico especialista. Tuve que releer varias veces la cifra, como si mi cerebro bloqueara el dato, reacio a asumir que el 10% de la población de toda la provincia le ha dado plantón al médico.

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Interesado en la cuestión, profundicé en la lectura del artículo para descubrir que ese plantón está acompañado de una total apatía. Al parecer, ninguno de esos 33.000 avisó de que faltaría a la cita. Todo esto evidencia algo especialmente demoledor: que se está normalizando la falta de respeto y el despilfarro de los recursos públicos. Es una insolencia para los profesionales que le están esperando, para los pacientes que sí han acudido puntualmente y, sobre todo, lo es para todos los enfermos que tienen esa misma cita para dentro de unos meses y que no dudarían ni un segundo en peregrinar desde dónde fuera para que el médico le diera alguna respuesta a sus preocupaciones o dolencias. Es el enésimo gesto de egoísmo, voluntario o no, de una sociedad en la que cada uno se preocupa básicamente del ¿qué hay de lo mío?

Nadie exige una explicación, una justificación, no hay una factura girada a tu nombre por incomparecencia en servicio público, no hay coste ni económico ni reputacional. Ninguno a los que les has hecho la puñeta te pondrá la cara colorada ni tendrás que pedir excusas. Al contrario, para que esto no ocurra de nuevo, lo que va a hacer la administración es mandarte un mensaje recordándote qel día y la hora. Nos aborregan.

Y lo que más toca las pelotas de esta insolidaridad es que los mismos a los que se la bufa cumplir o no con sus obligaciones como ciudadanos serán a los que se les llena la boca criticando ‘el lamentable estado de una sanidad pública que pago con mis impuestos’. El que paga decide, es el mantra del reino del descambio, si no te gusta, elige otro por el mismo precio, lo importante es el consumo, más allá de los costes económicos, laborales o medioambientales de nuestras decisiones como gastadores. La sociedad de consumo es capaz de amoldarse a todas nuestras necesidades, sólo hay que tirar de tarjeta.

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Y eso se extiende a todos los niveles vitales, no se salva ni el celestial. El otro día me contaba una amiga que han tenido que cambiar el horario de todas las comuniones de una parroquia porque a una madre le cuadraba mejor que la ceremonia fuera a la una y no a las doce. Y lo peor es hasta el cura se plegó ante la madre cansina que quiere que todo, hasta las liturgias, sean a la carta. Y yo, a los 44 años, a veces me siento muy mayor.

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