RECIÉN salido de la imprenta de “Taurus” (octubre de 2021), compro el último libro del filósofo coreano Byung-Chul Han, “No-Cosas”, que por un ... lado me inquieta ante la evidencia de la cruda realidad tecnológica y, por otro, ofrece la esperanza del saber que no estás solo y que no eres un simple nostálgico modelado por la EGB.

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Pero el libro, más allá de su profundidad, de los pensamientos al hilo del hoy de Erich Fromm, de Heidegger o de Wim Wenders, me hace reflexionar de nuevo sobre las oportunidades que se podrían abrir a aquellos que quisieran preservar nuestro más reciente pasado para mantener el equilibrio emocional como individuos y como sociedad. La tecnología como bien masivo de consumo nos ha borrado el pasado, nos ha arrancado la ilusión por el futuro (entendido como algo mejor) y ha hecho del presente un chispazo instantáneo que resume muy bien aquella frase publicitaria de la CNN, “está pasando, lo estás viendo”. Y por todo esto, frente a una velocidad incontrolable a la que nos hemos visto lanzados sin nuestro consentimiento, deberían fomentarse y desarrollarse cápsulas geográficas (pueblos, pequeñas y medianas ciudades, comarcas y regiones) en las que pudiera sobrevivir el mundo inmediatamente anterior a Google y a los “smartphones”, las cosas frente a las no-cosas.

Y Salamanca, sueño de nuevo, bien pudiera ser una de esas cápsulas de cosas, donde sus ciudadanos y sus visitantes encontraran el nexo entre el lento devenir de la Historia y la dictadura digital; una Salamanca convertida en una especie de aldea de Astérix frente al invasor pero sin renunciar a las redes wi-fi. Se trataría de conservar una Universidad (la Educación en general) más humana, más cercana, más oral y menos “online”. Y de conservar, en realidad de hacer de nuevo dado que prácticamente ha desaparecido, una ciudad atractiva en su comercio, en sus espacios de ocio y culturales, en sus facilidades para moverse. Necesitamos llenar las calles de pequeños comercios, de tabernas y cafés, de espacios de pensamiento para no hacer nada, sin máquinas biosaludables; ciudades-cápsula donde se fomentaría, por ejemplo, la supervivencia de la lectura y del debate intelectual para una correcta digestión de las ideas y del mundo. No podemos acabar con lo mejor de lo conquistado, el bienestar y la democracia. Todos estamos de acuerdo en el deterioro democrático vivido en la última década por culpa, sobre todo, de una exposición disparatada a una información sin control y tóxica. En definitiva, tenemos que avanzar (frenando) hacia un mundo (reconducido) de las cosas.

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