Salvo honrosas excepciones, la pandemia de la COVID-19 está sacando lo más miserable y ruin de la clase política. Hemos tocado fondo. Los que ... pensaron que la regeneración de la vida pública llegó en 2014 con la irrupción de nuevos partidos y el fin del bipartidismo, se equivocaban. Aquel movimiento solo vino a reforzar la mediocridad y el clientelismo. Cambiaron colores, fichas y proporciones, pero los viejos y detestables hábitos se mantuvieron e incluso se acrecentaron. Los líderes desaparecieron para dar paso a indocumentados que en situaciones críticas como la actual se convierten en bombas de relojería. No me cabe duda de que la pandemia se llevará por delante a todos estos intrusos. El panorama va a ser tan desolador que a España no le quedará otra que formatear su disco duro y empezar de cero. Una renovación en toda regla que probablemente vendrá impuesta por Europa cuando se produzca la inevitable y dramática intervención. Porque para aplicar las durísimas políticas que nos marque Bruselas harán falta dirigentes con agallas, responsabilidad, vocación de servicio y sentido de Estado. Y ahora mismo se pueden contar con los dedos de una mano.
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Un ejemplo de esta degradación es el bochornoso espectáculo que dieron la pasada semana la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el Gobierno central. Cada día tengo más claro que esta señora es lo peor que le ha pasado al PP en décadas. El viejo dicho de “la ignorancia mata” se convierte en real. Sus comportamientos pirómanos y cerriles están costando vidas. A causa del propio virus, pero también por la crisis económica derivada de una lenta e irresponsable toma de medidas. Lo he dicho por activa y por pasiva. La prudencia no solo evita muertes, sino que impide que en el futuro las restricciones sean más duras y por lo tanto los negocios se vean más perjudicados.
Díaz Ayuso ha hecho una nefasta gestión de la pandemia. Una crítica que no solo hace la izquierda, sino también sus socios de Vox. Desde el fin del estado de alarma, la presidenta ha pasado olímpicamente de reforzar la sanidad pública para afrontar la segunda ola. Faltan sanitarios y han faltado rastreadores. Pero sobre todo ha sobrado normalidad. Al igual que ha ocurrido en Italia donde ciertas medidas restrictivas no se han levantado, Madrid tenía que haber mantenido una especie de fase 3. Lejos de ello, Ayuso insistió en tomarse la desescalada como el descenso del Sella sin importarle ni un ápice las consecuencias económicas y que esa Comunidad arrastre a otras limítrofes como Castilla y León.
En esta guerra absurda no voy a eximir a Salvador Illa, que seis meses después se ha sacado de la manga los criterios comunes para aplicar restricciones en ciudades con más de 100.000 habitantes. Por cierto, unos principios muy laxos y que no están avalados por expertos de verdad, ya que estos hubieran impuesto umbrales mucho más estrictos. Después de que el Gobierno de Madrid los avalara, horas después se bajó del carro iniciando una batalla judicial esperpéntica. Una guerra en la que Illa ha tenido la desfachatez de hacer política para reforzar su candidatura a la Generalitat de Cataluña, y Ayuso ha ahondado en una pataleta infantil.
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Mientras el Gobierno de Castilla y León exigió desde el minuto cero que hubiera criterios comunes, los apoyó y no le duelen prendas en tomar medidas de confinamiento con aciertos y errores, pero poniendo siempre por delante la salud, Ayuso va por libre soliviantando a madrileños, españoles y populares. Y mucho más cuando está demostrado que, a más contagios en la capital de España, más incidencia del virus en provincias como Salamanca, Ávila o Segovia. En Madrid están que trinan, y con razón, y los barones del PP ya reconocen que esta polémica reduce aun más las ya de por sí pírricas posibilidades de que Casado (el hombre que colocó a dedo a Ayuso) llegue a La Moncloa. Un ejemplo palpable de que a la pandemia sanitaria se le une la política.
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