Estos días de ansiedad por la vuelta al cole en estas condiciones tan extrañas parece que nos hemos olvidado de los mayores. Los pequeños, claro, ... necesitan regresar a la normalidad, a la pseudo normalidad o a como quieran llamar a esta etapa de nuestras vidas, en la que todo es tan distinto y anormal. Es preciso que los chicos se relacionen, que se formen y hasta que se arriesguen, con todas las cautelas precisas, porque es imprescindible para su felicidad. Y requieren toda nuestra atención, sí, pero ¿qué pasa con los mayores? Con todos esos hombres y mujeres a los que les ha tocado la peor parte de este pastel envenenado y cuyo riesgo implica un panorama mucho más oscuro que el de los niños? Ayer fui a ver a mi madre. Y solas, ella y yo, con sus dos perritas, nos sentamos en un banco del parque, enmascarilladas, y conversamos un poco, a dos metros de distancia. Ella no quiere venir a casa, por los nietos. Le da miedo, porque sabe que su riesgo no es el mismo que el suyo. Que ellos están empezando a vivir y son mucho más fuertes y que ella está en el tiempo de descuento y cualquier soplo de aire o de coronavirus se la puede llevar. Justo en medio de nuestra conversación, recibí uno de esos whatsapp que una preferiría que no llegasen nunca, en el que me comunicaban el fallecimiento de la íntima amiga de mi madre, apenas un par de años mayor que ella. Vi en su cara, al decírselo, no solo la pena, sino el temor y hasta la certeza de saber que a ella también le queda poco tiempo.

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“He tenido una vida maravillosa, no me da miedo la muerte”, me dijo. Y me dieron ganas de llorar. Ganas de reclamarle a la naturaleza o a los responsables -si es que los hay- de esta situación, por haberle arrebatado a mi madre unos últimos años de vida, tan bellos como todos los demás. A ella, a su amiga –que no murió de COVID sino de un fallo de su viejo corazón- y a tantos otros hombres y mujeres que, llegada una edad, solo quieren disfrutar de la compañía de los suyos, de la conversación con los que aman, del intercambio con los que han formado parte de su vida... Exactamente todo aquello que esta plaga infame ha convertido en imposible.

En estos días de vuelta al cole, todos pensamos en nuestros hijos. Pero yo también pienso en nuestros padres. En esos abuelos cada vez más alejados de nuestras vidas en esta nueva normalidad.

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