Hace unos días, nuestro más grande dramaturgo vivo, además de poeta, cineasta, novelista y creador plástico, Don Fernando Arrabal, celebró mediante una ducha que se ... tomó completamente vestido en su domicilio de París, sin ni siquiera desprenderse de la florida corbata y el doble par de lentes con que suele observar el mundo, su noventa cumpleaños.

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Es muy difícil contemplar esas fotografías que él mismo comparte en internet, verlo a sus noventa tacos cumplidos tan en forma, lúcido, vitalista, provocador y artista y no morirse inmediatamente de envidia o elevar alguna que otra jaculatoria para que el tiempo, los dioses y las puñeteras enfermedades nos respeten como lo hacen con él y tal vez algún día poder alcanzar su edad presumiendo de esa capacidad para disfrutar con tantas ganas de la vida.

Suele contar el maestro que de Melilla, su ciudad natal, apenas recuerda sus piernas enterradas en la playa pero que en Ciudad Rodrigo, rincón al que ama, aprendió a contar, leer y amar. Y con el mismo afecto le corresponde Miróbriga que lo tiene inmortalizado en un busto y decidió bautizar en su día el teatro de la localidad con su nombre.

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No estaría mal tampoco que ahora que vemos como los políticos más sectarios e impresentables tratan de adueñarse y sembrar discordia en la feria de teatro recién celebrada con sus innecesarias presentaciones, como vimos en esta pasada edición al Vicepresidente de la Junta, que en años venideros sea el propio Fernando Arrabal, del que tanto se ha nutrido el teatro universal con obras que a todos nos sobrevivirán (y muy especialmente a estos políticos de turno), fuera nombrado Presidente de Honor de la Feria y que él mismo y nadie más se encargase de inaugurar cada año la misma con alguno de sus geniales, improvisados y originalísimos discursos. Sería un estupendo regalo por su “nonagénativité”.

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