Ahora, cuando sentía haber caído en un agujero negro para “reaparecer” en 1986 -habida cuenta que el presente distópico se empeña en desplazarme-, llega la ... noticia de la muerte de Burt Bacharach, aquel chico de Kansas City que alcanzó la gloria componiendo éxito tras éxito del pop mundial con los que colonizar nuestros corazones de aquí a la eternidad (gracias Fred Zinnemann). Muere Bacharach y a pesar de sus prolíficos y bien vividos 94 años, algo muere en mí, tan confuso como estoy en este extraño momento de la Historia. A fin de cuentas, yo soy de esa generación del “babyboom” que ha conocido lo mejor de nuestra civilización, los años 80 y 90 -que ya venían azuzados por los 60 y 70-, vivir en un mundo como el actual, sin banda sonora, me entristece, me deja perdido en mitad del Gobi, sediento de emociones, hambriento de sensaciones, y con mis neuronas abriéndose paso en el secarral de la mediocridad y la crisis como manera de vivir... Me quedo con el destello del recuerdo y con el sonido de las canciones que no me dejar de llegar. Alguien hace del ¨whatsapp” la Grecia platónica: a pesar de todos los desastres, debe haber esperanza y amor. Esperanza y amor. Ayer el fotógrafo Bruce Weber, genio de la belleza en blanco y negro, subía a Instagram una foto del compositor con un grupo de jóvenes cantando “The Look of Love”, tema favorito de Weber, quien le preguntó a Bacharach cómo nació esa canción. “En aquella época estaba casado con Angie Dickinson -le dijo-. Estábamos en nuestro dormitorio y Angie estaba acostada a mi lado con sus increíbles piernas fuera del edredón. Veíamos en el televisor a Ursula Andress en “Dr. No” y yo iba de Angie a Ursula, y de Ursula a Angie”. Así se crea, tan sencillo como alimentarnos de sentimientos para darle magia a nuestras vidas, incluso en mitad del derrumbe y las sirenas. Dicho de otra manera, qué hermoso puede ser el mundo si se mira desde el prisma adecuado. How long I have waited, waited just to love you. La muerte de Bacharach, más allá de la noticia, me lleva al jardín de rosas (recordando a Lynn Anderson) que debía ser su estudio, su piano y su visión del amor, con la que nos ha enseñado a decenas de generaciones, pues la música popular es el santo grial de ese ansiado mundo mejor. Ya nos lo dijo August Rush. Ahora sólo quedan los agradecimientos, como lo ha hecho Weber: “Gracias Burt por hacer nuestras vidas más románticas a través de tu música”. Ni leyes, ni guerras, ni tragedias: tomen romanticismo.
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