Podría hablarle hoy del vodevil político que hemos padecido en los últimos meses. Podría escribir de esa negociación simulada en la que todos los actores han intentado aparentar una voluntad de acuerdo que ninguno tenía. Pero creo que ni los personajes merecen el esfuerzo, ni ... usted el sacrificio de volver leer sobre su incapacidad para ceder a cambio de pactar. El drama no es nuevo. Lo peor es que ahora la nueva política ha venido a agravarlo en lugar de a solucionarlo. Ocurre con la formación de gobierno, pero también con temas de Estado como las pensiones, el poder judicial, el control de los medios públicos de comunicación o la educación. Así que permítame que le hable hoy de este último, ahora que estamos en plena vuelta al cole.

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Decía el estadista Charles De Gaulle que un país con 365 tipos de queso es imposible de gobernar. Hoy adapto su famosa frase para decirle que un país con más 30.000 libros de texto es imposible de educar. Parece mentira pero ocurre en el nuestro. Lo han dicho los editores recientemente. Han denunciado que las presiones caciquiles de algunos virreyes autonómicos nos llevan a que en Cataluña no se estudien los Reyes Católicos, en Andalucía haya que explicar la geometría con la Alhambra o a que en Valencia se vete a Lázaro Carreter, por dejar escrito que el valenciano es un dialecto. Eso solo tiene un nombre y se llama adoctrinamiento y una consecuencia, la incultura y el desconocimiento.

Si hacemos el ejercicio de salir de los intentos de manipulación regional y nos vamos al escenario central, el panorama es igual de dantesco. La educación en España depende del gobierno de turno. ¡Como si no fuera algo muy serio! Nuestros coles llevan años naufragando en esos mares de siglas llamados Lomce, Logse, Lode o Loece. Y dependiendo de quién gana en las urnas tenemos religión, ética, ciudadanía, reválidas, selectividad o Ebaus.

En un país sensato, el sistema educativo estaría blindado por un gran pacto de Estado. Habría un modelo solvente y testado por encima del ejecutivo de turno. Pero aquí no. Aquí ya tenemos anunciada la octava reforma educativa de la democracia, a la espera de tener primero un gobierno capaz de gobernar. Aquí la alternancia política, se convierte en una especie de ajuste de cuentas que fulmina el modelo anterior. Quizá por eso, un escolar español está peor formado que un finlandés pese a recibir muchas más horas lectivas al año y quizá también por eso, acumulamos suspensos en Pisa. Entiendo que sólo la vocación y la profesionalidad de profesores, maestros o catedráticos atenúan las consecuencias del caos político y la falta de financiación.

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Ojalá habláramos solo de quesos, como hacía De Gaulle. Pero lo nuestro es mucho más dramático. Nuestros presuntos líderes políticos no solo nos tienen sin gobierno, sin presupuestos o sin financiación autonómica, también nos siguen castigando a padecer su mala educación.

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