Se llamaba Wang Lung y su destreza se extendía por todo el imperio de la dinastía Ming. Esperaba sonriente al pie del patíbulo, con su ... afilada espada curva oculta en la espalda, y decapitaba de un solo y certero golpe. En su madurez tenía una ambición: lograr que, de un solo mandoble, la cabeza del ajusticiado permaneciera sobre el tronco (como queda un plato sobre la mesa cuando se retira repentinamente el mantel). Lo consiguió ya anciano. Cuando un condenado subió al patíbulo, la espada de Wang Lung relampagueó con una increíble velocidad y a pesar del mandoble, la cabeza del desdichado seguía (cortada) sobre sus hombros.
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Hasta los conserjes de la Calle Génova saben que Pablo Casado tiene aún la cabeza en su sitio, pero que la tiene cortada. Debe ser muy duro ver como se esfuma la jefatura de la oposición, y los sueños de alcanzar la Moncloa; como “los tuyos” te abandonan, porque algunos – modelo nuestro Gonzalito Robles -, ya están preparándose para lamer los zapatos del nuevo presidente y escupir sobre el cadáver de Teodoro; que un escaño es un escaño y la golosa nómina en el banco con puntualidad suiza. Menudo porvenir, quedarse fuera sin tener una profesión u oficio conocidos, sin saber ganarse el sustento con el sudor de la frente, solo los emolumentos de chico obediente.
Sobre todos los análisis que nos inundan, emerge la cuestión esencial: ¿Cómo puede arreglar España quien no es capaz de llevar su propia casa? Desde que fuera elegido, Pablo Casado - parlamentario sin papeles ni chuleta -, no ha conseguido convencer a casi nadie de que era la persona destinada a echar de Moncloa a Pedro Sánchez, vencer al poder omnímodo del nefasto sanchismo. Nunca despertó entusiasmo, ni logró el respeto de los grandes. Le ha faltado formación - carrera oscuramente concluida -, carece de empatía, vitola, prestigio - se posee o no -, liderazgo, esencial en quien aspira nada menos que a administrar España (Todo eso, y cuatro mayorías gallegas absolutas, lo posee Feijóo, al que la patria llama ahora). De Casado no quiero hacer astillas, me parece un buen chico al que la Presidencia del PP, partido de Estado, le venía grande, la misión imposible.
¿Cuál es el final de la leyenda del verdugo chino? Un condenado le reprochaba que prolongara la angustia de su espera, cuando era tan rápido con otros. Wang Lung contempló satisfecho como al fin había logrado su ambición. Acalló su queja sujetando la cesta y diciéndole cortésmente: Tenga la amabilidad de inclinar la cabeza. A Pablo Casado solo hace falta quien le invite a inclinarse sobre el capacho, donde yace la cabezota de Teodoro.
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