El notable escritor Arturo Pérez-Reverte acaba de publicar una novela centrada en la revolución mexicana de los inicios del siglo XX.
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Cuando le preguntan “¿ ... Cuál es la emergencia principal de España?” el escritor responde: “El problema de España es cultural, no político. Un pueblo con los niveles de educación tan bajos y confusos como en este momento no tiene posibilidad de sobrevivir”.
Los datos recogidos en el último estudio de la OCDE a propósito de la formación no hacen sino avalar las palabras de Pérez-Reverte. Quizá haya muchos responsables de este desastre que denuncian el escritor y la OCDE, pero yo pondría en primer plano de esa culpa a una cuadrilla de pedagogos influyentes que vienen imponiendo sus ideas y que han conseguido que la cultura general de los alumnos baje –en opinión de muchos profesionales– hasta niveles alarmantes, que la mala educación en la vida cotidiana de los centros suba hasta altas cotas, y que los profesores estén más hartos, deprimidos y desesperados que nunca.
Sus defensores dicen que, con todos sus defectos, gracias a ella se ha conseguido la educación para todos, pero está lejos de ser verdad.
En una clase en la que cada uno hace lo que quiere, porque la administración no respalda la autoridad del profesor y al mismo tiempo protege al alumno que conculca el derecho de aprender de los demás, no se está impartiendo educación.
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La L.O.G.S.E. dice, en el apartado 3 de su artículo 2º, que se han de fomentar los comportamientos democráticos. ¿Qué clase de comportamiento democrático es éste, en el que una minoría de alborotadores puede imponer impunemente su ley a los demás? Estas últimas líneas las he sacado de un panfleto antipedagógico... pero estoy de acuerdo con él.
Estas y otras críticas con el sistema educativo están ya muy extendidas en el ámbito profesoral, y deberían tenerse en cuenta hasta conseguir que las Cortes aprueben una ley educativa por consenso, al menos de los dos grandes partidos.
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En el pasado se intentó tanto por el PSOE (el ministro Gabilondo fue el último en intentarlo) como por el PP, y ya es hora de que se pongan de acuerdo, para lo cual es preciso que ambos se olviden de sus respectivas ideologías y se acuerden de las necesidades del país.
Terminaré con una anécdota personal. Un catedrático de Física de la Complutense se dirigió a mí en una ocasión en estos términos:
-Joaquín, tú sabes que estoy en contra de la pena de muerte... pero haría una excepción con los pedagogos.
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