Me acerqué a repasar la actualidad con un pitillo en la boca, como los viejos forenses cuando iniciaban una autopsia. No quedaba otra para asomarse al putrefacto cadáver en el que se ha convertido la política española.
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Y en estas estaba, cuando vi una rueda ... de prensa, de las muchas que poblaron los informativos de la semana pasada, en la que los procuradores de Ciudadanos en Castilla y León salieron a la palestra para enviar un mensaje de tranquilidad a sus electores después de los sucesos que el partido había protagonizado en Murcia. “Comprendemos el nerviosismo”, dijo uno. “Nadie está en venta en nuestra región”, aseveró otro.
Parece mentira que sea necesario escenificar de esa manera la vigencia del pacto de gobierno entre el PP y Ciudadanos, justo un día después de que Mañueco e Igea hicieran exactamente lo mismo, en una comparecencia institucional, tan solo empañada por el inoportuno “terrazagate” del vicepresidente regional que se aparece en sueños a los hosteleros.
Claro que si nos fijamos en la encuesta que publicaba el otro día este periódico, vemos que una cuarta parte de los salmantinos piensa que la moción de censura presentada por el palafrenero socialista Luis Tudanca tiene visos de prosperar. El porcentaje refleja a la perfección el grado de credibilidad que ofrece al personal cualquier político a estas alturas de la película. Ni la aritmética parlamentaria convence ya.
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Desde luego, abro paréntesis, si fuera asesor de comunicación de Alfonso Fernández Mañueco le aconsejaría que su respuesta a Tudanca en la moción de censura fuera: “¡Hala! ¿Ya te has quedado a gusto? Pues vamos a votar cuanto antes, que tenemos una pandemia que resolver y no estamos para perder el tiempo”. No creo que me haga caso. La verborrea tira mucho cuando te ponen un micrófono delante, aunque sea para no decir nada. Cierro paréntesis.
Hubo un tiempo en el que un apretón de manos valía más que cualquier documento firmado. Un dogma eclesial se quedaba pequeño ante tan sencillo acto de compromiso y lealtad en el que quienes cerraban el acuerdo lo hacían mirándose a los ojos. Sin embargo, vivimos en una sociedad en la que uno de los programas más vistos en televisión es “La isla de las tentachonis” o algo así. Una oda a la infidelidad en la que jóvenes bien parecidos compiten por ver quién le pone los cuernos a su pareja más y mejor. Después de ver el espectáculo protagonizado la semana pasada por la casta política española, seguro que a más de un directivo de Mediaset, la cadena que emite este muladar, le habrá venido a la cabeza la idea de meter a varios de nuestros próceres en la ínsula de la próxima temporada. Candidatos muy cualificados no le iban a faltar. Seguro.
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¿Se imaginan al ya exvicepresidente madrileño Ignacio Aguado gritando “¡Isabeeeeeel!” al más puro estilo de Christofer cuando patentó uno de esos momentos históricos de la telebasura patria al berrear aquel ¡“Estefaníaaaaaa!”? ¿Les costaría fantasear con una hoguera de la confrontación -ese momento en el que los engañados cornudos se ven cara a cara- protagonizada por rostros de conocidos mandamases? A mí no.
En este juego de tronos (de taburetes, más bien) en el que se ha convertido el arte de gobernar, hay un verbo que conjugan sin parar. Yo te apoyo, tú me apoyas, él me apoya... Hasta la... coronilla nos tienen a los ciudadanos con este jueguecito inestable que se está llevando por delante su escasa credibilidad en estos tiempos de engaños sin fin.
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“Luis, se fuerte”, acabo de escribir en mi teléfono móvil. No sé por qué me ha salido esta frase. Se la he enviado a un amigo que me ha pasado por Whatsapp el famoso vídeo viral de la joven criminóloga, que estudió en Salamanca, Tati Ballesteros, en el que pide a la clase política respeto, dignidad y honor. Y es que mi amigo Luis ya no cree en nada. Ni en nadie. Qué pena.
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