Es lo único que ha impactado hasta ahora en la cara de Pedro Sánchez.
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Y no son los al menos 22.524 muertos. Tampoco la ... falta de banderas a media asta o la ausencia de corbatas negras. No, ni siquiera esa falta de humanidad y respeto hacia los fallecidos y a quienes viven en duelo.
No se trata tampoco del escándalo de los 36 millones dilapidados por el Gobierno en mascarillas dudosas; ni los 3,3 despilfarrados en respiradores que nunca llegaron; o los 17 tirados en test inservibles.
Para todo lo anterior, media España tiene en su diana la cara de Sánchez, pero la otra mitad encaja sudokus para repartir cartas de culpa entre la oposición, las comunidades, esa Europa egoísta e insolidaria y el siempre presente Gobierno de Rajoy, saco permanente de boxeo. Incluso hay quienes estarían dispuestos a creerse que Franco es el culpable de que el Gobierno solo haya hecho test al 3% de las fuerzas de seguridad o de que hasta junio no podamos contar con el estudio de seroprevalencia.
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Lo único que ha impactado en la cara de Sánchez no es el “¿sabes quién se ha muerto?” que se escucha ahora en cualquier portal como balance de una guerra aún sin bandera blanca. Ni los tremendos destrozos psicológicos de esa batalla cruel que deja enfermos con la mirada perdida después de días aislados en los hospitales a solas con la muerte. O el trastorno que alimenta a abuelos incapaces todavía de comprender por qué sus hijos dejaron de ir a verles y se quedaron sin abrazos. Quedan despedidas pendientes que mantienen el alma rota... y también en nuestra España se libran combates diarios con el recuerdo de la imagen de un féretro solitario y nadie a quien dar la mano. Pero tampoco es eso.
Ni es la crisis económica la que tumba a Sánchez, al menos de momento, aunque cada vez haya más gritos desesperados y crezca el pesimismo. La maraña de ayudas pregonadas impide echar cuentas y frena saldarlas.
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Tampoco es por el escándalo de perfiles falsos o por la monitorización de la que habló el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil en el único lapsus leído de la historia. Ni siquiera viene con el órdago permanente de Iglesias a jueces, ni por su sueño confeso de acabar con los medios de comunicación privados.
Para todo lo anterior siempre hubo quien negó la mayor, le restó importancia o sacó de la chistera a un culpable que nunca estaba en el Gobierno.
Lo único que de verdad ha hecho daño hasta ahora a Pedro Sánchez, lo que le ha impactado de lleno, ha sido la chiquillada de los niños, porque aún a estas alturas nadie se explica cómo pudo proponer lo de los supermercados. Nadie puede explicarse cómo este Gobierno asesorado por un comité de expertos nos invitó a poner en peligro a nuestros hijos, basándose en las propias teorías expansivas del virus que nos ha enseñado Fernando Simón: eso del no tocar, distancias, higiene. Cuando nos propuso el Gobierno lo que cualquier ciudadano de a pie se negaría a hacer con sus niños, quedó en evidencia que no tiene un plan, pero tampoco sentido común.
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Y ahí fue cuando Moncloa empezó a dibujarse para muchos como un chiringuito; cuando los que no estaban asustados, se asustaron porque por primera vez no había nadie externo a quien echar la culpa y además porque había sido una decisión madurada: el anuncio estrella fue en el ‘aló’ presidente del sábado y la barbaridad se expuso el martes.
Después de lo de los niños hay un antes y un después. Estamos más hartos, nos fiamos menos, cuestionamos decisiones de ahora y antes. ¿Por qué puedes dormir con una persona pero no ir a comprar con ella aunque no entre en la tienda? ¿Por qué me prohíben salir a correr si guardo distancias? ¿Por qué no se puede abrir una ferretería? ¿Por qué se aplican en la España vaciada las mismas normas que en una ciudad de millones? ¿Por qué salen ahora los niños y no antes? ¿Por qué seguimos encerrados?
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Ha sido tocarnos a los niños y despertar. Quizá en días nos importe que fuera una cacerolada lo que tumbó la decisión más contestada del Gobierno. Que nuestra única vía de expresión como pueblo, nuestro único poder frente a la censura, sea coger una cazuela de la cocina y darle con un palo.
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