No pido mucho. Simple y llanamente sentido común. El que siempre debe imperar. Pero mucho más ahora. Cualquier persona civilizada y razonable que eche la ... vista atrás y recuerde la travesía por el desierto que llevamos, debería tenerlo. Porque hemos tocado fondo (o no) y de las lecciones se aprende. Por nada del mundo deberíamos tener que mentar el viejo y certero refrán de que el hombre tropieza dos veces en la misma piedra. Hemos entrado en una montaña rusa en la que ya dan igual las fases. A partir de la 1, que hoy se inaugura en Salamanca, el ‘ganado’ está suelto si me permiten la expresión. La calle vuelve a hervir, por mucho que continúen las franjas horarias. Y eso es bueno para la economía, pero también es una bomba de relojería para la evolución de la pandemia.
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A quien primero hay que pedir sentido común es al Gobierno. La guinda (de momento) a su nefasta gestión ha sido el pacto de la vergüenza con los herederos de Batasuna. No por lo que supone (hay ciertos aspectos de la reforma laboral de Rajoy que es imprescindible modificar) sino por las formas y los protagonistas. Es un claro ejemplo del nivel de desesperación de un Ejecutivo desarbolado donde, como pronosticamos muchos hace tiempo, se van a imponer las recetas del populismo para empobrecer a un país tocado y casi hundido. Espero que ministros sensatos como Calviño o José Luis Escrivá salgan ‘por partas’ para que esta pocilga salte por los aires y los purines comiencen a chorrear por el rostro del dúo Pedro-Pablo. Puedo resultar repetitivo, pero me gusta hacer siempre la misma pregunta porque sé que molesta. ¿Dónde están los socialistas que descabalgaron a Sánchez? ¿Dónde se esconden los ‘susanistas’ que echaron pestes del ahora jefe del Ejecutivo? Fernando Pablos es uno de ellos, por si lo ha olvidado.
Un Gobierno sin el más mínimo sentido común es complicado que dé ejemplo a la ciudadanía. Pero nosotros debemos estar por encima. De lo contrario, seremos los más perjudicados ya que ellos seguirán bien montados en su burra. Un sentido común que no he visto en algunas de las manifestaciones de estos últimos días. Comparto el fondo de la crítica a Sánchez, pero no me identifico con esas marchas callejeras donde algunos no llevan mascarilla ni guardan la distancia de seguridad. Con una pandemia que se ha llevado casi 30.000 vidas en España y ha provocado una situación de guerra que ha requerido medidas excepcionales, no salir a la calle en masa es un gesto de responsabilidad hacia nosotros y de respeto hacia los muertos.
Me sorprende que haya quienes griten libertad y, sin embargo, intenten limitar un derecho básico como es la libertad de prensa. Increpando a profesionales de los medios de comunicación que, jugándose la vida, han acudido cada día a cubrir las manifestaciones. No han visto los toros desde la barrera, han estado y están en la arena. Mi reconocimiento para ellos. Además, la libertad, nos guste o no, está supeditada a la lucha contra el virus. Eso es lo que marca un estado de alarma que ha sido la mejor y herramienta en una situación desconocida para todo.
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Pido sentido común a mis compatriotas, pero sobre todo a los jóvenes. Muchos expertos se ponen en lo peor con la apertura de las terrazas. Me consta que los hosteleros se van a desvivir para que se guarde la distancia de seguridad, pero ellos no son policías. Ni tampoco puede haber un agente en cada local. De nosotros debe salir esa conciencia de no montar una jarana cada tarde en la plaza de San Julián. Y sintiéndolo mucho, con jóvenes como los que hacen botellones en Ciencias estos días no me fío. Se creen que la cosa que no va con ellos y me provocan asco y vergüenza.
También sería imprescindible prohibir que se fume en las terrazas. Así de claro. Son muchos los epidemiólogos que insisten en que el acto de sacar el humo por la boca hace que se expulse el virus. Para eso hay que usar también el estado de alarma. Y si alguno pone en el grito en el cielo porque lo considera un ataque a la libertad, le diré sin tapujos que se fastidie. La salud y la vida están por encima de todo, incluso de la tan manida libertad.
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