Se contaba hace unos días en un reportaje en este periódico que a uno de los pacientes más graves en la UCI, tras desconectarlo de ... las pertinentes máquinas, sistemas de oxigenación y equipo de ventilación, cuando fue mejorando y llegó la hora de despertarlo, junto a las habituales medicinas decidieron enchufarle un documental sobre apicultura, su gran pasión.

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Este humanitario detalle viene a explicarnos que nuestros benditos sanitarios ya saben que aparte del auxilio necesario de la técnica, la ciencia y la medicina, son conscientes de que también juega un papel fundamental en la cura de nuestras enfermedades y heridas, esa otra medicina alternativa que no figura en los manuales académicos pero que en efecto, atiende otras necesidades más sentimentales que todos tenemos como seres humanos, tan básicas y esenciales como las elaboradas en los laboratorios.

Deberían, por tanto, irse incorporando a nuestro historial médico más pronto que tarde lo que cada cual de nosotros sintiéramos que pudiéramos necesitar ante cualquier vulnerabilidad o situación crítica que pudiera sobrevenirnos. Esa recurrente terapia a la que con tanto deseo nos agarramos cuando necesitamos un chute de felicidad en un órgano tan vital como el corazón.

Y puestos a detallar lo mío, con absoluta indiscreción, enchúfenme unos cuantos goles de Maradona y cualquiera de las 13 Champions que ha ganado el Real Madrid, no importa si en color o blanco y negro. Todas me emocionan. En cualquier caso, por favor, me quitan el sonido de los locutores y me pinchan de fondo un poquito de música italiana de los setenta, algo de bossa o cualquier álbum de The Beatles que tengan a mano. Si no es mucho pedir, a continuación, me inyectan dos o tres temporadas completas de Breaking Bad. Si ven que no acabo de resucitar del todo, adminístrenme cualquier comedia de Woddy Allen, o si lo creen oportuno, algo más fuerte: Scorsese o Coppola, me pueden valer. Tampoco me importaría si para después me dejan unas cuantas novelas de Paul Auster sobre la mesilla o viene alguno de mis viejos amores a recitarme al oído unos poemas de Ángel González, Gil de Biedma o García Montero.

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Pero si vieran que después de todo esto, no acabo de levantar cabeza, déjenme dormir en paz. Mucho me temo que lo mío, no tendrá arreglo posible.

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