EL verano avanza y sin darnos cuenta mañana es 15, la Virgen de agosto y el tiempo del calendario se escapa de entre las manos.
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Recuerdo los veranos de mi juventud y me alegro infinito de aquel tiempo vivido, que aunque para muchos estaba carente de libertades, si les soy sincera, yo nunca he sido más libre que entonces. Será cuestión de pareceres. No teníamos que recurrir a nada extraño para ser felices. La normalidad acampaba entre nosotros y la manera de divertirnos. Era más común el traje de baño que el biquini y todos disfrutábamos de relacionarnos con el deseo de conocer al que nos gustaba y disfrutábamos de las pandillas al son de la música verbenera, bajo las estrellas del cielo de agosto. Teníamos hora de regreso a casa y estábamos controlados por los ojos de un mundo donde no era necesario pensar en nada más que en el día siguiente. Por la mañana al desayuno, las preguntas de nuestras madres no eran sables que agredieran nuestra libertad, ni se consideraba que estaban invadiendo nuestra intimidad y menos aún, que infringieran la ley de protección de datos. Claro que había besos en la penumbra y paseos perdidos entre la Vía Láctea y la Osa Mayor, pero nada más allá que nos pusiera en la trinchera del interrogatorio. ¿Qué había otras cosas? Seguro, pero no eran ni mucho menos la mayoría. Las normas y las formas eran parte del juego. Poco había que ocultar, pues poco nuevo sucedía bajo el sol o la luna.
Este ojo que observa lo hace con pena, mientras ve cómo ahora los veranos se convierten en selfies fruto de la desvergüenza y la mentira. Jamás en mi vida me he sentido un objeto sexual y jamás me han tratado como tal. Seguramente porque siempre me he respetado a mí misma. Veo en las redes sociales las fotos y videos que suben jovencitos y jovencitas que conozco y me pregunto si sus padres las verán. Me avergüenzo de cómo son capaces de exponerse a la cámara indiscreta de esa manera y me cuestiono la educación que les estamos dando. Así creyéndose más libres, en realidad son más esclavos de esa aparente mayoría que engloba “lo que está de moda”. Dejar tu imagen al libre albedrío de un cuerpo, es lanzar la idea de que nuestra inteligencia y nuestro criterio no son lo más importante, pues se ofrece a los demás un retrato confuso de quienes somos.
Me entristece y apena la vulgaridad y la simplicidad, amén de la objetivación de hombres y mujeres. Si se enseñan las intimidades corporales, no pueden luego extrañarse de que los comentarios sean sexistas. No suben sus éxitos o sus logros académicos o sus acciones solidarias, eso es de caspos@s y de matad@s...
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Orgullo mal entendido y tiempos difíciles para una juventud que se enarbola con posturas provocadoras, con imágenes y bailes hechos en un cuarto de dormir o en la cocina de la casa de sus padres. Eso sí que es de caspos@s.
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