La reciente aprobación por el ayuntamiento de León –y por otros ayuntamientos- de una moción a favor de la autonomía de la Región Leonesa, ha ... sido recibida con escepticismo e incluso un puntito de desprecio fuera de esa provincia. La sensación dominante, en estos tiempos de crisis política y perplejidad social, vendría a ser algo parecido a “¡lo que nos faltaba!”. Y es cierto que se precisa algún candor (u oportunismo) para creer que el aluvión de problemas con los que nos enfrentamos pueda tener solución mediante la creación de una nueva autonomía. También resulta extravagante que se plantee la configuración de una comunidad autónoma compuesta por tres provincias cuando en dos de ellas, la de Zamora y Salamanca, el apoyo a dicha posibilidad es casi nulo. Sin embargo, en el rechazo a esta iniciativa han aparecido brochazos de trazo demasiado grueso, a los que convendría dar alguna respuesta.
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En primer lugar, la reivindicación de una autonomía leonesa no es una novedad, sino una constante, aunque de intensidad variable, desde la configuración del Estado autonómico y hasta hoy. Al principio, a finales de los setenta y comienzos de los ochenta, el “leonesismo”, bajo el lema de “León solo”, fue mucho más de derechas que de izquierdas, abrazado sobre todo por personajes del tardofranquismo vinculados a Alianza Popular que buscaban acomodo en la España de la transición. Ahora, en cambio, consumada al parecer la conversión de nuestras izquierdas a las identidades centrífugas, son los partidos de izquierda que entonces preferían la integración los que con más fruición agitan esta bandera. Pero en todas partes cuecen habas: hasta las últimas elecciones municipales, el equipo de gobierno del ayuntamiento de León, del PP, tuvo en sus filas a una destacada miembro del “historicismo leonesista”, promotora de algunas campañas –como la que sostiene que el cáliz de doña Urraca es nada menos que el Santo Grial - que produjeron algún jolgorio local y bastante vergüenza ajena.
Este asunto, la legitimidad histórica de la demanda leonesista, ha estado siempre en la base de la misma. Y nada podría alegarse en su contra. Al revés: en tiempos en que tanto se cotizan las tradiciones inmemoriales, los títulos que al respecto podría presentar el antiguo Reino de León resultan tan poderosos como los de cualquiera. En el diseño de nuestro Estado autonómico, ninguna razón histórica justificaba no establecer una comunidad autónoma en la provincia de León y sí hacerlo en las de Santander y Logroño. Cuestión muy distinta es que los antecedentes históricos sean motivo suficiente para erigir una autonomía. Pero en lo que a historicidad se refiere, el leonesismo puede jugar fuerte.
En el renovado vigor de esta causa influyen, además, otros factores. Tras cerca de cuarenta años de autonomía, Castilla y León no ha alcanzado los objetivos de cohesión territorial que sus creadores se plantearon. Frente al relativo vigor de algunos ejes, en particular de aquellos que pasan por el centro vallisoletano, sede de las instituciones autonómicas, otros se muestran cada vez más débiles, figurando a la cabeza nacional en envejecimiento, despoblación y ausencia de vitalidad económica. Uno de ellos es sin duda el que va desde Asturias hasta Extremadura y, en consecuencia, atraviesa León, Zamora y Salamanca. La creciente conciencia sobre la necesidad de afrontar los problemas de la “España vacía”, agudizada en territorios como León que conservan el recuerdo de un pasado industrial, hace especialmente insoportable esta situación. Y el éxito político de algunas iniciativas recientes, como la de “Teruel existe”, parece mostrar ahora una salida.
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En el caso de nuestra autonomía, por si fuera poco, muchas torpezas se han acumulado en los últimos tiempos. Recordemos las reiteradas declaraciones del alcalde de Valladolid, que propone eliminar las inversiones dedicadas a reequilibrar el territorio y centralizarlas en su ciudad, tomando como modelo el que ha acabado concentrando en la ciudad de Zaragoza a la mitad de la población aragonesa. Recordemos también las frívolas maniobras de antiguas altas autoridades de nuestra Comunidad, ahora refugiadas en tareas municipales, que con el propósito de crear dificultades al nuevo gobierno autonómico han exigido acabar con las ambigüedades y blindar la capitalidad vallisoletana. O más recientemente aún, las propuestas de la vicepresidenta de CECALE de volcar los esfuerzos de industrialización en el eje Burgos-Palencia-Valladolid y olvidarse del resto.
En fin. No es probable que llegue a formarse una autonomía leonesa y tampoco es que haya que lamentarlo especialmente. Lo más seguro es que las cosas continúen como hasta ahora, es decir, con más desigualdades, más agravios y más pescadores de río revuelto dispuestos a sacar partido de cuanto se mueva. O sea, un verdadero desastre.
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