Volvía la normalidad, solo en teoría, al día de la Fiesta Nacional. Después de los años más duros de la pandemia se recuperaba el desfile militar, como los de antes. El motivo era suficiente como para celebrar en lugar de volver a hastiar, como hicieron ... unos pocos. El grosero repudio sonoro al presidente del gobierno, que ya se ha convertido en tradición, convirtió otra vez en un gallinero la revista del Rey a las tropas.

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España es un país que sabe celebrar y disfrutar de sus éxitos. Por eso es triste que la fiesta de todos, acabe condicionada por unos pocos que no saben estar. El presidente del gobierno, sea quien sea, en ese día y en ese lugar, nos representa a todos por encima de su partido, de sus siglas, de sus alianzas o de sus políticas. Igual que lo hace el Rey como Jefe del Estado, sea parte del público monárquico o republicano. Para repudiar sus acciones hay muchas otras fórmulas legales y días en el calendario. Es un craso error politizar la Fiesta Nacional. Para tradiciones indignas ya tenemos las ausencias del lehendakari y el presidente de la Generalitat y afortunadamente son cada vez menos noticia, porque no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Sería bueno que todos los partidos constitucionalistas criticaran esos abucheos. No suponen ninguna ventaja para nadie y sí un enorme rubor para casi todos. Y encima va Sánchez y les da más importancia intentándolos esquivar. La escena del desconcierto en el protocolo y la espera de los Reyes en el coche, no es la mejor imagen que podemos exportar. También va en el cargo aguantar el chaparrón, aunque se esté a las puertas de unas elecciones. Es difícil imaginar un espectáculo similar en cualquier otro país de nuestro entorno. Basta con echar la vista atrás y ver lo que ha ocurrido, hace menos de un mes, en el funeral de Isabel II. El pueblo y las instituciones se han volcado en torno a la figura que les ha representado 70 años. Las críticas se han dejado a un lado, a pesar de la vida convulsa de la familia o de las tensiones territoriales del Reino Unido. El féretro ha paseado flanqueado por el respeto, en una Escocia dividida o en una Irlanda donde fue alabada hasta por el Sinn Féin. Será porque los británicos, como los franceses, los alemanes o los norteamericanos, entienden que sus símbolos y sus instituciones están por encima de las personas que los ejercen en un momento determinado de su historia. Aquí en España, sin embargo, nos empeñamos en convertir en tradición el frentismo, la crispación y la falta de consensos. Y esos silbidos son un síntoma más de la enfermedad. La anormalidad se ha convertido en la norma general y así nos va.

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