Murió el otro día Joao Gilberto, seguramente el cantante que más lejos llegó interpretando una canción a voz y guitarra. Una voz que sólo necesitó ... del susurro y la sensibilidad para emocionar en la simple compañía de una guitarra de palo, una herramienta que eso sí, por momentos parecía atesorar más riqueza armónica y melódica que una apabullante orquesta sinfónica funcionando a pleno rendimiento. Misterios del arte, de la magia, de la pura y sencilla esencia de un corazón contando y cantando historias sin más truco ni cartón que la sinceridad por bandera. Decía de Joao alguna vez, su amigo, el gran Caetano Veloso, quien a pesar de considerarse su alumno compartió giras con él durante las últimas décadas, que sólo conocía una música más hermosa que la del propio Joao Gilberto: el silencio. Probablemente, no exista mejor y más adecuada definición para definir su obra.
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Los telediarios españoles del día que murió Joao Gilberto, sin embargo, prefirieron abrir sus minutos culturales con el concierto en Madrid de ese cantante que un día rescató de la orquesta verbenera el famoso concurso de televisión tan parecido a un lujoso karaoke. Un cantante de voz engolada y garganta privilegiada mucho más predispuesto al grito que a la interpretación sentida, un pavo real que da vueltas sobre sí mismo y que lleva un par de décadas arrasando tímpanos y estadios con un repertorio infame, pero perfectamente homologado a los reclamos de esa moda que hace las delicias del rebaño.
Sólo a continuación el presentador se refirió durante unos segundos a la perdida de Joao, ese brasileño octogenario que algún día inventó la bossa y cantó a la chica de Ipanema con los versos del diplomático y poeta Vinicius de Moraes. El detalle de ese hortera telediario veraniego es el mejor ejemplo para entender que la batalla está rematadamente perdida en el mundo de la música y que desde hace algún tiempo que el ruido sin matices apagó los ecos íntimos del corazón, que el imperio de lo mediático y el marketing arrasó con la búsqueda de la magia del artesano laborioso, y que la vulgaridad más estandarizada se llevó por delante el tesoro de la belleza y la creatividad. Descanse todo esto en paz, como el maestro Joao, allá en el barrio en el haya ido a habitar.
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