La semana pasada se celebró la tercera edición del Festival de Ajedrez de Salamanca, un torneo que se propone consolidar la imagen de Salamanca como “ ... cuna del ajedrez moderno”. Se trata de un proyecto con fundamentos sólidos, pues según algunos investigadores las reglas de este juego —sobre el que ahora se proyecta particular atención como consecuencia del éxito mundial de una serie televisiva— habrían sido descritas por primera vez por Luis Ramírez de Lucena, alumno del Estudio salmantino, en su libro “Arte de ajedrez”, un “in-cuna-ble” salmantino, es decir, un libro impreso en Salamanca hacia 1497, en plena infancia de la imprenta de tipos móviles, del que existe un ejemplar en la Biblioteca General Histórica de la Universidad. El programa del Festival incluyó no solo las correspondientes rondas de partidas, sino también una serie de conferencias y mesas redondas de notable interés, aunque inevitablemente deslucidas por estos tiempos de pandemia que obligan a reducir al mínimo la presencialidad y acudir a alternativas telemáticas.
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En una de esas mesas redondas, la dedicada a “El ajedrez en la Universidad de Salamanca”, organizada por “Alumni”, la asociación de antiguos alumnos de la Universidad, uno de los participantes, el escritor Fernando Sánchez Dragó, hizo referencia a la época en la que el ajedrez irrumpió en su vida, cuando estuvo encarcelado tras participar en las revueltas estudiantiles que tuvieron lugar en Madrid en febrero de 1956, hace ahora justamente 65 años. Seguramente muchas de las personas que siguieron esa mesa redonda no eran conscientes ni de la relevancia de aquellos acontecimientos ni de su relación, indirecta pero profunda, con la historia de la Universidad de Salamanca.
Los sucesos de Madrid, según recogen los libros de historia, pusieron fin a una etapa de la dictadura franquista que se había iniciado tras el final de la Guerra Mundial, marcada por el predominio político del sector católico y su choque con los falangistas, preponderantes en la inmediata postguerra. Las tensiones tuvieron como escenario privilegiado la educación, bajo el control de los católicos tras la llegada al ministerio de Educación de Joaquín Ruiz Jiménez, catedrático de Filosofía del Derecho en Salamanca, que había emprendido una cierta apertura intelectual, particularmente en la universidad. Pilares de la misma fueron Pedro Laín Entralgo, rector de la Universidad de Madrid y Antonio Tovar, rector de Salamanca, ambos procedentes de la Falange, pero abiertos a algunos aspectos de la tradición liberal. El grupo católico no aspiraba a la democracia, pero sí a que la dictadura evolucionase en una dirección monárquica, tradicional y corporativa, con ciertas libertades de asociación y prensa, a lo que los falangistas se oponían abiertamente.
Las tensiones estallaron a comienzos de 1956, a raíz de una serie de movilizaciones estudiantiles desconocidas desde el final de la guerra, que tuvieron lugar sobre todo en la Universidad de Madrid. La agitación había comenzado el otoño anterior, con los intentos de celebrar primero un congreso de escritores jóvenes y después un congreso libre de estudiantes. Pero las cosas llegaron a un punto insólito el 9 de febrero, cuando se produjeron importantes disturbios de orden público, en particular un choque entre estudiantes en el que uno de estos resultó herido de un tiro en la cabeza. En ese contexto tuvo lugar también la salida a la luz de las primeras organizaciones clandestinas de izquierdas formadas por universitarios.
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Santos Juliá, cuyo brillante criterio tanto echamos de menos en estos tiempos confusos, puso de manifiesto la ruptura profunda que estos acontecimientos produjeron. En el clima de crisis creado tras el enfrentamiento callejero, la policía detuvo a los responsables de la convocatoria del congreso de estudiantes, que resultaron ser, entre otros, Miguel Sánchez-Mazas, Dionisio Ridruejo, Ramón Tamames, José María Ruiz Gallardón, Enrique Múgica y Javier Pradera. Antiguos falangistas aparecían unidos con nuevos comunistas, mezclándose por primera vez los campos divididos por la Guerra Civil. Emergía una generación nueva, que se organizaba como oposición al régimen sin que importara el bando en que sus familias hubieran militado durante la guerra. La Agrupación Socialista Universitaria, por ejemplo, publicó entonces un manifiesto memorable, en el que sus promotores se identificaban como “hijos de los vencedores y los vencidos”, decididos a “reconciliarnos con España y con nosotros mismos”.
El gobierno reaccionó a estos sucesos decretando el estado de excepción, cerrando la Universidad y llevando a cabo un buen número de detenciones de aquellos “jaraneros y alborotadores”, como los habría definido el propio Franco. El dictador destituyó enseguida al ministro Ruiz Jiménez y al rector Laín y, poco después, al rector Tovar, artífice de la celebración del VII Centenario de la Universidad de Salamanca. Faltaba mucho para que llegara la transición a la democracia, pero ya empezaba a hablarse en España el lenguaje de la concordia.
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