La investigación constituye una de las principales funciones de la universidad, sin que ello suponga menosprecio de la docencia, otra de las patas que sustentan ... los cometidos básicos universitarios. No cabe duda de que una política investigadora bien gestionada proporciona fuste a las universidades, revierte en la calidad docente y genera recursos que repercuten en beneficio de la colectividad en forma de transferencia de conocimientos, subvenciones a proyectos competitivos, tecnología y aparataje, fondos bibliográficos, etc. De ahí la pretensión ministerial de retirar el nombre de universidad a aquellas instituciones de rango superior en las que no se investiga, por más que exhiban en sus organigramas vicerrectorados de nombres pomposos y atribuciones tan sorprendentes como los enunciados que los identifican. Pura chundarata propia de tantas instituciones que han proliferado en los últimos años cual si de partos conejiles se tratara.
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La docencia es algo que se da por supuesto y requiere abundante mano de obra, entre la que se encuentran miles de profesores que laboran por cuatro perras: contratados de uno u otro tipo, asociados, ayudantes y demás tropa de infantería, gracias a la cual los estudiantes ingieren, copian y regurgitan apuntes que brotan en cascada desde la tarima, de viva voz o con la ayuda de los sofisticados medios que los avances informáticos han ido proporcionando durante los últimos cursos pandémicos.
La producción investigadora se mide a través de diversos parámetros, tantos que cada entidad puede aplicarse el ranking que mejor le cuadre. Pero una cosa es cierta: la Universidad de Salamanca está relativamente bien colocada entre las del conjunto del país y goza de una meritoria posición de superioridad con respecto a las del entorno. Esto no es flor de un día, sino fruto de equipos investigadores consolidados, grupos reconocidos y políticas adecuadas por parte de quienes han sido sus responsables.
La tesis es el resultado de la investigación depurada llevada al máximo nivel a base de años de trabajo y sacrificios. No pone punto final a la tarea investigadora, pero el grado de doctor, máximo reconocimiento que la universidad otorga, abre puertas y augura futuros avances en el área de conocimiento de que se trate. Por eso duele ver cómo universidades rastreras otorgan doctorados fraudulentos a quienes se limitaron a plagiar, mal copiar y embarrar el dignísimo título de doctor. Así lo hicieron en su día algunos políticos bien conocidos y de variado pelaje ideológico, cuyos trabajos de investigación –ya fueran tesis o másteres— vinieron a demostrar que ni directores, ni miembros de tribunales, ni siquiera los propios autores se enteraron de lo que, supuestamente, estaban investigando. Y ahí siguen tan panchos.
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