Estamos en campaña. Lo sé. Y debería sentirme interesada por los movimientos que se hacen en los partidos. Errejón, Iglesias y eso. Por ejemplo. Pero ... verán, estoy harta. De política, de políticos y sobre todo de miserias humanas e intereses particulares. Estas elecciones a las que caminamos sin remedio y en las que habrá muchos que no voten, por desazón o por aburrimiento, son el reflejo de una sociedad en la que nadie renuncia a lo suyo por el bien común. Así es. No es discutible. Quejarnos hasta la extenuación del bipartidismo solo ha servido para que los propios partidos nos dejen claro que, o votamos como les gusta o ellos no se plegaran a pactos incómodos. En el trayecto, por si fuera poco, irán dejando en la carretera a socios, amigos y hasta hermanos. Y también, desde luego, a personas que ocuparon cargos durante poco tiempo y que cobrarán durante otro tanto a cuenta de todos nosotros. Estoy harta. Qué quieren. Desilusionada con unos y otros. Hastiada de que se señalen con el dedo, clamen a los peligros que implican las filas ajenas y no entiendan que los votantes queremos que se pongan de acuerdo como sea, aunque eso derive en que les cueste mucho más gobernar a los que finalmente lo hagan.

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Si se consigue en otros países de Europa, si formaciones de diferentes ideologías llegan a pactos cuando consideran que eso es lo que contribuirá a la buena marcha de su país, aunque les obligue a trabajar más ¿por qué no lo podemos conseguir aquí? En este septiembre, donde los políticos vuelven a estar en campaña (se pasan la vida en campaña, de elección en elección nacional, autonómica o local) y de nuevo vendiendo humo y sin remangarse sobre el fuego, somos legión los que los miramos con resquemor, los que nos sentimos estafados y los que, sinceramente, no tenemos ganas de votar. Porque, ¿qué pasa si lo hacemos y los resultados son idénticos? ¿Qué ocurre si se vuelven a dar los mismos números y nadie suma a menos que de su brazo a torcer? ¿De nuevo nos interpelarán los políticos y volverán a decirnos que tampoco les vale lo que acabamos de votar? No sé si se han dado cuenta, pero en estas elecciones lo que los políticos quieren no es defender su programa —ya lo hicieron en las anteriores— solo quieren obligarnos a cambiar nuestro voto (al menos el de unos cuantos), para poder actuar a la medida de sus intereses. Y, ojalá esos intereses coincidieran con los de España pero, ¡qué difícil es creerlo en un escenario como este!

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