Según algunos estudios los ciudadanos de los países de Europa que más presión fiscal soportan son los que menor fraude cometen. Les “gusta” pagar impuestos. ... No es que holandeses, alemanes o belgas sean modosos, tontos o moralmente mejores que nosotros. La verdadera razón es que, cuando alguno de estos ciudadanos paga sus impuestos sabe que ese dinero va a repercutir en su sanidad, en sus servicios educativos, en una mejor defensa o en unas calles más limpias. Sabe que su dinero está bien invertido. ¿Creen que si los holandeses tuvieran como dirigentes a la calaña que padecemos nosotros seguirían pagando tan felizmente sus impuestos? Si un teutón viera cómo le roban a manos llenas, o cómo utilizan su dinero para llenar los bolsillos de unos pocos y alimentar sus perfidias; ¿creen que se quedaría de brazos cruzados?
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En cambio, el hispano medio vive amedrentado por sus propios complejos. Le gusta sacar pecho delante de sus semejantes y compararse con los de fuera. Pero, ante el sistema, tras un súbito arrebato de indignación, se acobarda maldiciendo su suerte y vuelve a ponerse a los pies de los caballos. Padecemos de un complejo de vergonzosa inferioridad. Para nuestra Hacienda todos los ciudadanos somos potenciales defraudadores. Aunque nos acuse en falso y sin pruebas de fraude fiscal, somos nosotros quienes tenemos que demostrar nuestra inocencia. Ya basta.
Les animo a que no se dejen robar. No permitan que este estado maquiavélico, tiránico e hipócrita les robe el fruto de su trabajo o la heredad de sus hijos. No les aliento a que defrauden pero sí a que, desde la legalidad, no regalen nada. Al César lo que es del César. El sistema tributario español es tremendamente intrincado y esto impide que el ciudadano medio pueda defender lo que en justicia le pertenece. Consulten a un gestor. Cuando al contribuyente medio le llega la carta anual del IRPF diciéndole lo que tiene que pagar él, sumiso, lo paga; y si le toca que le devuelvan algo lo acepta con templada alegría. Pero en la mayoría de los casos —con la ley en la mano— al que le toca pagar diez en realidad no le tocaría pagar nada, o al que le sale una devolución de cinco le tendrían que devolver veinte.
El primer estafador fiscal de este país es la propia Agencia Tributaria. Esta entidad ha logrado embozarse con un velo de oscurantismo y ha sembrado el temor para que sus víctimas prefieran pagar y tragar. La cruda realidad es que la bestia, el Estado, prefiere alimentarse de millones de pececillos en vez de realizar una gestión responsable y honrosa de los cuantiosos recursos que ingresa.
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