De nuevo Europa bajo las bombas. Ucrania nos ha refrescado aquella atrocidad, para la mayoría ajena, que fue el conflicto de los Balcanes. Vuelve el “ ... hombre” y sus peores instintos. Y de nuevo la televisión, y las fotos, y los niños, y los edificios en llamas, ¿y qué?, ¿qué podemos hacer? Lo de siempre: esperar.

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Y no puedo evitar, en estos desgraciados momentos, reflexionar; momentos que emocionalmente nos afectan a todos, A TODOS, y que económicamente nos acabarán pasando factura, A TODOS. Ayer disfruté de una comida, pues el día 2 está marcado en mi calendario con luces de neón; estuve rodeado de gente maravillosa que, como yo, somos felices herederos de la paz y del bienestar que nos regalaron nuestros abuelos y nuestros padres a base de trabajo, de ilusión, de cariño y de principios. Y de muchos sacrificios. Fui consciente de esa suerte, tan lejos de la Bosnia de hace veinte años, tan lejos de Siria, tan lejos de Venezuela. Tan lejos, ahora mismo, de Kiev.

Me resulta insoportable que seamos tan débiles de mente, que nuestros recuerdos apenas sean una gota en el océano. Hace más de 80 años España, nuestro país, puso fin a su Guerra Civil, pero quienes ni siquiera vivimos los rescoldos de aquello, hemos tenido que ser testigos de como algunos sectarios, básicamente el PSOE de Zapatero de y de Sánchez, se han empeñado en reabrir aquel horror hasta conseguirlo, hasta poner el debate del odio en la calle. A todos estos los enviaría un ratito a la guerra desatada en Ucrania por ese ídolo de la izquierda española llamado Putin. Pero no, la izquierda caviar no pega tiros, sólo los aplaude y mira para otro lado, su especialidad. Insoportable es que nuestra paz y bienestar de más de ochenta años no se valoren por habernos robado la moral, los sentimientos y el conocimiento de la Historia, nuestra Historia. Todo nos parece imposible y, como Ucrania, lejano; como lejana nos parecía a José María Rozas y a mi el Moscú de la Unión Soviética de 1987, cuando fuimos unos privilegiados occidentales con una “Heineken” en la mano mientras yo no paraba de insultar a Lenin en la Plaza Roja. Ya entonces, invitado por Gorbachov para conocer las bondades de la “glásnost” en pleno invierno moscovita, sabía que era libre y que pertenecía a los buenos. Hoy sigo perteneciendo al bloque de los buenos, aunque muchos se han vuelto tontos.

Y una vez más, me resulta insoportable que las bombas no dejen de caer mientras tomamos un gin-tonic o recogemos mantas para los refugiados. Pero tranquilos, en poco tiempo Ucrania será una serie más de “Netflix”. Y vuelta a empezar.

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