Recuerdo con precisión aquel día de hace treinta años en el que pisé, por primera vez, la redacción de la revista Tiempo, que entonces era ... la más destacada de España. Entraba para hacer prácticas y lo hacía con el entusiasmo y el temor propios de la edad, el desconocimiento y el incipiente amor al periodismo. Me colocaron en la sección de Sociedad y Cultura, que pilotaba con innegable maestría Jesús Maraña. Y casi el mismo día que me adjudicaron una mesa y una Olivetti, el propio Jesús me largó un estudio sobre los embarazos adolescentes y me mandó a que visitara el Centro Norte. Por entonces, no existía Ley Integral contra la Violencia de Género, ni nada similar. Y las mujeres —que sufríamos episodios de machismo constantes— estábamos desprotegidas por completo. Ese Centro Norte al que me enviaron estaba repleto de mujeres con historias terribles. Mujeres abandonadas y castigadas por sus “errores”. Mujeres a las que sus padres habían echado de casa tras saberlas embarazadas, mujeres que habían sido violadas o maltratadas por sus progenitores o cónyuges, mujeres a las que la vida no les dejaba más que la posibilidad de ocultarse para esconder “sus culpas”, todas esas “maldades” que las sacaban de sus casas y que la sociedad les señalaba como pecados. Recuerdo que fui andando desde la redacción, que pasé una oficina que compartían Cristina Alberdi y Cristina Almeida, entonces muy unidas en planteamientos y sobre todo en la voluntad de luchar por los derechos de la mujer y que llegué al Centro Norte, ingenua de mí, esperaba encontrar esperanza. No la había. Las mujeres que se encontraban allí estaban juzgadas y condenadas. Solo por ser mujeres. Muchas de ellas me narraron sus historias, por entonces incontables en privado y ante la Ley, y yo llegué ahíta de dolor a mi casa. Desde entonces hasta ahora, las cosas han cambiado mucho. Hoy las mujeres pueden denunciar, existe una ley integral de violencia de género —imperfecta y que habrá que retocar para que sea más justa— , lugares a donde pueden ir las maltratadas no solo para esconderse, sino también para tratar de recuperar sus vidas y una consideración legal que les permite quejarse. Y pese a eso, desde 2003 hasta ahora han muerto 1027 a causa de la violencia machista y miles de mujeres son presas del silencio y del miedo. Ayer fue el día internacional contra la Violencia de género. Se han conseguido muchas cosas en 30 años. Pero no son suficientes. Por eso es necesario que sigamos unidos y que no nos dejemos engañar por los discursos populistas. La violencia machista existe, acecha y, aunque no lo creas, mañana podría entrar, incluso, en tu propia casa...

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