A todos nos gustaría vivir en un mundo bonancible y en perfecto equilibrio con la naturaleza, donde el león conviviera con la gacela, la raposa ... con el polluelo, el gavilán con los pardales y el lobo con el cordero. Pero la realidad es muy distinta. Desde las cumbres de Gredos no bajan arroyuelos de leche y miel, sino aguas turbulentas por el deshielo de estos días. En los bosques habitan predadores, en los mares el pez grande se come al chico, y en los cielos las rapaces avizoran a sus víctimas desde las alturas. Cuestión de supervivencia, por no mencionar las alimañas con apariencia humana que también se devoran unas a otras.
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Recientemente, el lobo ha vuelto a ser objeto de debate como consecuencia de la nueva ley que lo ampara y lo pone al abrigo de persecuciones y cacerías. No se trata del conocido poema de José Agustín Goytisolo cantado por Paco Ibáñez hace décadas: “Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos”. Los viejos pastores siempre decían que el lobo podría cambiar de apariencia, pero nunca de intenciones. De unas décadas acá sus intenciones tienen más que ver con la fraternidad franciscana que con la apariencia de alimaña, imagen que, cual maldición, ha pesado durante siglos sobre este cánido tan mediático y popular, objeto de turismo de avistamientos en diversos lugares de la Península Ibérica. Para los primitivos iberos el lobo era un símbolo casi divino de astucia y fortaleza. Siglos después pasó a convertirse en encarnación del mal, el demonio de cuentos, dichos y consejas, desde la Caperucita infantil hasta el “Romance de la loba parda” de nuestros pastores trashumantes.
Durante siglos se le persiguió como consecuencia de los perjuicios causados en la cabaña ganadera. Después de las batidas, los cazadores se paseaban por los pueblos exhibiendo las presas cobradas. El lobo era el enemigo por antonomasia, el maligno aullador a la luna que despertaba temores y alimentaba leyendas terroríficas al amor de la lumbre en las lóbregas noches de invierno.
Ahora, un “comité de expertos” aconseja la protección total en aras del buen funcionamiento y sano equilibrio de los ecosistemas. Sería de desear que no se olvidara el buen funcionamiento y sano equilibrio de los habitantes de las zonas en las que el lobo causa estragos; y que las autoridades indemnizaran con justicia y prontitud los desaguisados derivados de la nueva ley. La ganadería extensiva va a necesitar ayuda, si es que eso inquieta a los ecologistas de salón enmoquetado, esos que no distinguen una oveja de una cabra. Las lobadas seguirán con sus fechorías, los pastores seguirán deshaciéndose de sus rebaños, y todos contentos. Por mi parte, si me dan a elegir entre el lobo protegido y los ganaderos abandonados a su suerte, me quedo con los ganaderos.
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