Hace siete años estaba yo en Australia y coincidí en Canberra con la visita que hizo el príncipe Harry a ese país, miembro de la ... Commonwealth. El pelirrojo joven iba a participar en unas maniobras militares y lucía con airoso garbo marcial un uniforme de pechera recamada de abundante chatarrería ornamental. El recorrido hasta el monumento a los caídos en las diferentes guerras estaba abarrotado. Clamorosas algarabías de muchachas gritaban y suspiraban al paso del entonces muy apetecido príncipe. Harry depositó unas flores ante el monumento al soldado desconocido y repartió profusión de saludos y sonrisas a un público totalmente entregado. Ni que decir tiene que los medios airearon la principesca visita antes, durante y después de que tuviera lugar; y la prensa rosa especuló con la agitada vida sentimental del egregio miembro de la familia real británica.
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Ahora resulta que un “negro” prestigioso, ganador de premios literarios, le ha escrito un libro de memorias para que los duques de Sussex se forren a cuenta del morbo, la curiosidad o el papanatismo que despierta la biografía de tan popular individuo que sin duda se estará riendo de cuantos han perdido el culo para comprar el libraco. Por lo visto, algunos espabilados ya lo piratearon desde el primer momento. Si hay mermas económicas, me temo que afectarán a las editoriales de los distintos países a cuyas lenguas los pobres traductores habrán tenido que trasladarlo a matacaballo, pero no a los millonarios ingresos apalabrados por derechos de “autor”. Si al menos los traductores hubieran trabajado a porcentaje de ventas podría decirse que el esfuerzo habría valido la pena. Si no ha sido así, sus nombres permanecerán para siempre en los créditos de un libro superventas. En la versión española son cinco los encargados de verter el contenido del inglés original, un texto que ni en sueños hubiera podido escribir el “autobiografiado”. Pero eso es bastante corriente cuando se trata de figuras que por distintas razones (económicas, políticas o de simple famoseo) le asestan al desocupado lector una acaramelada biografía. En España algo parecido, con negros incluidos, les ha sucedido a varios presidentes del Gobierno.
Sea como fuere, la peña anda enredada con ese volumen que a los libreros les ha venido cual regalo de Reyes. Me alegro por ellos. Que se compren libros. Leerlos es ya lo de menos. Y en caso de hacerlo, mejor en papel que en pirateo digital. El personaje de moda, ese “prescindible” o “de repuesto” —a eso mismo alude el título en inglés— verá reducido el éxito por mor de una petarda colombiana que en vez de escribir un libro ha perpetrado una canción de despecho. Aun así, la estrella del Harry de Clint Eastwood no declina. La del otro “Harry el sucio” dependerá de su permanencia en el “candelabro”.
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