La cita autonómica ha vuelto a encumbrar a Isabel Díaz Ayuso o como ya la llama un amigo, Ayuso “superstar”. Nadie como ella –ni ... siquiera el televisivo cántabro Miguel Ángel Revilla—protagonizó tantos selfis ni tantos comentarios, incluidos los relacionados con su pérdida de peso desde las elecciones madrileñas. Ha estilizado la silueta. También han encumbrado a Salamanca su Plaza Mayor y su convento dominico de San Esteban, con el fallo del photocall previo a la Plaza Mayor: las declaraciones de los presidentes a las cámaras tenían de fondo la histórica pastelería “Marsán”, con los tablones que protegen sus escaparates y su deshilachado toldo, que nos hicieron recordar a Paco Santalla y a su esposa, Chon, alma, corazón y vida del clásico negocio que tantas vidas endulzó. Un desatino estético, pero también una metáfora de estos tiempos despoblados.

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Las otras metáforas son, quizás, el hallazgo de luz al final de los agujeros negros del espacio, que son los túneles del universo, o la baja olímpica de Simone Biles, que se rayó, como todos en esta época. En todo caso, nada que ver el photocall salmantino con la fachada deslumbrante de San Esteban, que empequeñecía a las autoridades a pesar de los coches oficiales, que pasaban si saludar a Francisco de Vitoria. Un retablo pétreo con la firma de dos Juanes: Juan Antonio Ceroni, escultor, y Juan Rivero Rada, arquitecto. Dentro, en el claustro de Colón, el salón de “profundis”, Pedro Sánchez, presidente pétreo, tomaba nota de las peticiones de los presidentes autonómicos, fieras aplacadas con más vacunas y diez mil millones de euros a repartir y gestionar. Pero ya veremos si el “ausente” catalán no hace su agosto (seguro que lo hace) en pocas horas sin haber pasado por el capítulo autonómico, o si las notas sirven para algo, o fueron a parar al arroyo de Santo Domingo.

Lucieron Salamanca su alcalde, Carlos García Carbayo, y el presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, que fue cocinero antes que fraile, alcalde antes que presidente. Carbayo acababa de desvelar unas horas antes los conciertos de Ferias a la sombra del fantasma de la Mariseca, entre los que está el de Miguel Ríos. Esperaba que el granadino viniese el año que viene para conmemorar los cuarenta años del histórico concierto del 16 de septiembre de 1982 en la Plaza Mayor. Tanto que dio para un libro de Josemi Valle. Hubiese quedado redondo. Aquel concierto cambió las ferias, fue inolvidable, pero en backstage no fue oro todo lo que brillaba. Fue un concierto importante, como la cumbre del viernes, si quiera porque los analistas afirman que a partir de ahora serán de otra forma, que quizá significa que servirán de algo.

Las ferias de este año postpandémico sacarán a la luz el campo de fútbol de Puente Ladrillo, como el verano está haciendo con el patio del Da2, donde anoche actuó uno de los nuestros, Daniel García, pianista, y travieso del jazz y la fusión, a los que ha llevado a nuestra música tradicional, como el “Salamanca, la blanca”, al igual que Aarón Salazar ha llevado a la coctelería del flamenco y el jazz al mismísimo Sting. Y también es de los nuestros. Un patio con memoria carcelaria y una cumbre más en nuestra historia de ciudad, aunque sin el tirón de otras, desangelada de público a pesar de la concentración de poder en una plaza real, con un Pabellón Real, el Rey actual y medallones con reyes absolutos que fijaban miradas iracundas en ministras y presidentas.

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