Todavía guardo como un tesoro el carnet infantil de socio de la Unión Deportiva Salamanca. Lo fui, durante años, y en todas sus categorías. También pisé el Helmántico con un micrófono de Antena 3 Radio cuando daba mis primeros pasos en este oficio que me ... permite hoy, entre otras cosas, escribirle estas líneas. Grité y canté el ¡Hala Unión!, para celebrar las victorias y animar en las derrotas y tuve, por supuesto, mi bufanda de lana, blanca y negra, tejida en casa. Podría hablarle ahora de esa infinidad de recuerdos que me vienen a la cabeza y que comienzan con un paradón de D’Alessandro y terminan con un golazo de Pauleta. Pero prefiero renunciar a hacerlo para no mezclar la memoria con el bochorno que he sentido esta semana, viendo el espectáculo que ha precedido al partido entre Unionistas y el Real Madrid.

Publicidad

Los equipos no son de los presidentes, ni de las directivas. Y cuanto más grandes, menos pertenecen a ellos. Ni siquiera el Real Madrid es de Florentino. El fútbol ya superó la invasión de la burbuja de la construcción en los palcos, igual que ahora trasciende a los caprichos de las fortunas árabes o chinas que intentan quedárselo. Los clubes son de los socios, de los simpatizantes y también de las ciudades que representan.

Unionistas se ha ganado todo lo que tiene por méritos propios. Ha crecido con más ilusión que patrimonio. Pero esta semana ha dejado escapar la oportunidad de dar otro salto en su historia de superación. La llegada del Real Madrid ha puesto a la defensiva a sus dirigentes, que se han comportado como el niño que tiene el balón en el recreo y que decide quién juega y quién no. Y así han perdido días enteros, debatiendo cuál debía ser el cauce del río sin tener en cuenta el caudal que podía traer para su equipo.

La encerrona de Las Pistas ha acabado por hacer evidente, al resto del mundo, la disputa doméstica de dos herederos. Las sucesiones, en el deporte, mejor conseguirlas compitiendo. No basta con comprar el escudo, la camiseta o el campo. Pero tampoco es suficiente con apelar a un supuesto romanticismo que solo siente una parte de los presuntos descendientes.

Publicidad

El Unionistas ha convertido estos días su nombre propio en una paradoja. Deberían haber jugado contra el Real Madrid en el Helmántico, ese nombre y ese estadio que todavía recuerda más de media España. Por lo menos, lo tendrían que haber valorado. Ese hubiera sido el mejor homenaje al padre deportivo que reivindican. No solo por el escenario, también porque habría servido para unir y no para dividir a la afición, como antaño. De esa forma habría disfrutado del encuentro toda Salamanca. También los miles de socios, que un día lo fuimos, de la añorada U.D.S. Solo así tiene sentido el ¡Hala Unión!, que es justo lo que ha faltado estos días en Salamanca.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad