ESTA semana se ha cumplido un año del anuncio de la venta de la sede del PP en la calle Génova, 13 de Madrid. Pablo Casado usó en su día esa baza, para desviar la atención después del batacazo electoral en Cataluña, que dejaba al ... partido en un papel residual, en una Comunidad en la que no se debe desaparecer nunca. En teoría, el traspaso del edificio buscaba limpiar la imagen del partido, para comenzar una nueva etapa y recuperar el crédito perdido.
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Quién le iba a decir entonces a Casado que en el primer aniversario de esa promesa, de momento incumplida, el Partido Popular se vería de nuevo envuelto en un escándalo mayúsculo de espionaje, corruptelas, detectives y contratos usados como arma arrojadiza en una guerra fratricida sin cuartel.
Génova 13 vuelve a ser la sede de un partido que proyecta las sombras hacia dentro, mientras airea los trapos sucios hacia fuera. Una organización que lejos de superar sus problemas reincide en ellos, para regocijo de unos adversarios, que sin el más mínimo esfuerzo, ven autodestruirse al primer partido de la oposición.
Como en la Rue del Percebe, del genial Ibáñez, las tramas suceden por plantas. Los de la primera, el lugar en el que está la sede del partido en Madrid, desconfían de los de la séptima, donde está la zona noble. Y en medio conviven trabajadores del partido y políticos de buena fe, con fontaneros dedicados a ensuciar las cañerías, reventadores de congresos territoriales y personajes que intentan alcanzar sus objetivos, por eliminación del contrincante.
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“Hay partido” dice una enorme lona colgada en su fachada, como si hubiera un eslogan capaz de tapar lo que ocurre dentro. Pablo Casado lleva más de tres años intentando convencer a los suyos, y a los de fuera, de que el cargo que pone en la puerta de su despacho, o en sus tarjetas, es verdad. Seguramente no se lo hayan puesto muy fácil, pero nadie le dijo que lo fuera a ser cuando se presentó a las primarias de su partido. Uno de sus grandes errores ha sido no entender que el liderazgo se demuestra cerrando las crisis, no abriéndolas más hasta hacerlas imposibles de solucionar.
Sus diferencias con Ayuso se podrían haber solucionado hace meses con una conversación, hace semanas con un debate y hace días con acuerdo. Pero para eso hay que dejar a un lado los egos, las inseguridades y evadirse de una guardia pretoriana que, a la vista está, no siempre aconseja bien. Como nada de esto ha ocurrido todo ha finalizado en un auténtico disparate de consecuencias imprevisibles.
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Probablemente de esta guerra solo saldrá uno vivo, o quizá ninguno de los dos. Lo malo para todos los militantes, cargos públicos, votantes o simpatizantes del PP, y lo bueno para sus adversarios, es que Génova 13 vuelve a recordar a aquella Rue del Percebe. Y llegados a este punto solo falta por ver, quién se va a la calle.
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