L A vida es ganar tiempo. Nos pasamos la vida ganando tiempo, ha dicho alguien, muy serio, en la despedida de temporada en el cható ... y con la bodega en las últimas. Una temporada de verano extraña y con el COVID 19 siempre presente. Hoy, ganamos tiempo hasta que llegue la vacuna: parcheamos todo a la espera de la pieza de recambio, de la que está pendiente el servicio técnico, que en este caso es la Ciencia. Vemos a Pablo Casado ganando tiempo mientras espera que amaine el nuevo lío judicial de su partido, y a Pedro Sánchez haciendo lo propio, aguardando impaciente la vacuna. La intervención on-line del alcalde Carlos García Carbayo en el día grande de la Patrona tenía las hechuras de una arenga a resistir apelando al ser salmantino, al escudo de la camiseta, pero también las tenía de un pregón que este año no pudo ser. Ni siquiera on-line, como casi todo en estas fiestas y en estos momentos: la compra y venta de ganado, la feria de startups e incluso el Fácyl, que cambia de fecha y se nos ha hecho (¡por fin!) un festival contemporáneo, tan necesario para sacudirnos de la pesadez de lo antiguo. La pandemia abre un tiempo nuevo, que con un poco de suerte atisbaremos en diciembre, en las vísperas de la emisión del programa que Ariel Roth graba a estas horas en Salamanca. No es el Ariel que entrevisté en Salamanca cuando vino el siglo pasado con los Tequila al pabellón de La Alamedilla –cosas del tiempo- sino un músico maduro, extraordinario guitarrista, hombre sereno, de mirada curiosa y oído fino. Muy fino. Quizás para entonces, diciembre, hayamos ganado el tiempo suficiente para que nuestra tribu cultural no se haya extinguido y el clan hostelero pueda seguir en lo suyo. Hay un miedo atroz a octubre y noviembre, y va a ser preciso tener muy presente la arenga de Carbayo, resistir, como todos aprendimos del Dúo Dinámico, meses atrás, pero tampoco ciertas ayudas no vendrían mal.
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El coronavirus ha dejado un día festivo de la Virgen de la Vega tan extraño como el verano. Una fiesta sin fiesta, más aguada, si cabe, por Verónica Casado, ampliando esta situación otra semana. No hubo ofrenda floral, ni fuegos artificiales, no desfiló el cortejo concejil tras la bandera a la Catedral, ni hubo pregón, ni vecinos buscando la sombra de los portales placeros, ni cohetazo ferial, volteo de campanas y el sobresalto gracioso de La Mariseca...Flotaba en el aire una tristeza pesada y pegajosa mezclada con preocupaciones. Tenía la atmósfera la textura de las fotografías de Victorino García Calderón en el Museo de Salamanca de los días del confinamiento, cuyo antídoto solo se encuentra en los colores festivos y circenses de la exposición de la Torrente Ballester de Jesús Hernández Gallego. Ver una y otra es someterme a una ducha escocesa de emociones. A los amigos taurinos, huérfanos de feria, les sugiero la exposición de La Salina y el Museo Taurino. Si los toros son cultura, ahí la tienen también. Me pregunto si podría haber una feria taurina on line.
Quizá la llegada de los universitarios para el nuevo curso y su invasión de las calles ventile durante unos días Salamanca y tenga el efecto de una buena sacudida de alfombras. Hay que ganar tiempo hasta la llegada de la vacuna, que será en diciembre, nos dicen, y entonces sí que pasaremos de la nueva normalidad a la normalidad normal, la de siempre, la que alteró el coronavirus, la normalidad que anima a bailar un rock and roll a la plaza del pueblo hasta gastar las losas.
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