Siempre se ha dicho que el sabio busca respuestas, mientras que el necio ya las conoce todas. Parafraseando a Gracián, yo diría que son imbéciles ... todos los que lo parecen y al menos la mitad de los que no lo parecen. Recientemente ha surgido un brote de imbecilidad contra el que no se han adoptado medidas de prevención. Me refiero a la polémica de las gallinas violadas. Por el gallo machista, naturalmente. Y digo naturalmente porque hoy día hay perversiones para todos los gustos. Vienen a decir las defensoras de la virginidad de las gallinas que si el huevo sale con la mácula del pecado original es fruto de la violación y hay que destruirlo. Olvidan las partidarias del libre consentimiento gallináceo que sin huevos “gallados” no hay pollarada.
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Algunos bestiarios medievales relacionan a las aves con la lujuria y la concupiscencia. No todas, por supuesto. Por ejemplo, la cigüeña es monógama, fiel a su pareja y se supone que los huevos han sido fecundados de común acuerdo. Ciertos códices precolombinos muestran aves míticas asociadas a la lujuria desenfrenada, como la guacamaya. En cambio, el colibrí representaría una sexualidad equilibrada, positiva, fuente de la vida solar.
Pero en lo tocante a las gallinas y sus relaciones con el gallo, ya lo dice la canción de Vicente Fernández: “El gallo sube, echa su polvorete y se sacude”. ¿Es que alguien le ha preguntado a la gallina si quiere que le supriman el coito con el gallo de cresta colorada? En el imaginario popular la gallina aparece como un ave muy dada a la promiscuidad y la fornicación, hasta el punto de que la maledicencia le atribuye el intento de aprender a nadar para poder copular con los patos. De ahí el “errare humanum est”, que dijo el pato apeándose de la gallina. Una duda: cuando “les pites canten” y están felices escarbando hasta dar con el manjar en forma de gusano o de lombriz ¿diríamos que es un banquete carnívoro?
No acabo de ver claras ciertas cuestiones relacionadas con el sexo de las animalias, por no mencionar el de los ángeles, que ese ya es otro cantar. Serán, supongo, espíritus andróginos asexuados. Aunque para cantar, el gallo Maurice, casi un ídolo de la Francia rural, que tras un largo juicio podrá entonar su kikirikí cuando le venga en gana. Al igual que el de Cangas de Onís, cuyas cantaridas despertaban a los vecinos de una casa de huéspedes campestres.
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Los animales se entregan a la voluptuosidad del sexo sin ningún pudor. El instinto les dice que la perpetuidad de la especie está en juego. De ahí que algunas hembras se apareen con varios machos para asegurar la preñez y evitar que los hipotéticos progenitores maten a una criatura que puede ser hija suya. Y es que en el reino animal las relaciones sexuales son muy complicadas. No solo las de las gallinas.
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