Paseando por Garrido, concretamente por la calle Orquídea, trasera de la más luminosa y concurrida avenida Federico Anaya, leo sobre la fachada adornada con dados, ... ruletas y máquinas tragaperras de uno de esos florecientes negocios de apuestas, que alguien ha escrito con un spray rojo y con gigante y decidida caligrafía el siguiente comunicado: “Fuera de Garrido”. Y en un renglón inferior, pero con letras del mismo tamaño e idéntica pintura, la advertencia: “Primer aviso”.

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Algo muy grave debe estar ocurriendo en la angustiada e iracunda cabeza de algún vecino cuando una noche decide tomar un spray y emulando los métodos más expeditivos de las más truculentas mafias se apunta a la grafología del terror y la amenaza. Nos parecía nuestro barrio un lugar pacífico y tranquilo donde efectivamente constatábamos que nuestros problemas colectivos importaban solo lo justo a nuestras autoridades, pero que al mismo tiempo, solíamos aceptarlo con bastante paciencia y cierta resignación.

Sospecho que lo que incendió esa mollera a armarse con el spray sea una mecha bastante parecida a la que arrasaba el alma de aquellas madres que veían a sus hijos destruidos por la droga en los años 80 del siglo pasado. Ese infierno que supone el que uno de los miembros de tu tribu resbale cayendo en el pozo de una de las más terribles y modernas adicciones, la de la ludopatía que sueña el inverosímil golpe de suerte que ayude a sacar los pies de la miseria, fomentado por la sonrisa tramposa de unos cuantos deportistas de élite, presentadores, actores y otros personajes populares que no midieron las consecuencias de su remunerada incitación al abismo.

Condenando en primer lugar este tipo de amenazas mafiosas, estaría bien que antes de tener que lamentar víctimas y revolucionar el parque de bomberos, nuestras autoridades dejaran de lavarse las manos acusando a otras instancias y comenzasen lo antes posible a asumir su cuota de responsabilidad consintiendo esta prolífica propagación de negocios precisamente en los barrios más humildes de nuestras ciudades, este territorio abonado y predispuesto para la trampa. Ojalá que algún día, pudiéramos creerles cuando aseguran que más que fomentar el puro y duro interés del capitalismo más salvaje les importara construir un mundo más amable y saludable.

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